jueves, 7 de febrero de 2013

XIV - XV

(Anega tu silencio ausencia las callecitas de una ciudad que se pierde en oscuros augurios, en una desolación de perro abandonado, en la rabia que acomete arrebatada por los catorce días con su noches troqueladas en infinitos insomnios, trizadas como un espejo que te refleja de a pedazos, en fragmentos irreconocibles que no logran perfilarte para que des la sombra que se proyecta curvada en las esquinas donde te esperan los besos esos que se esparcían por las tanguerías y las islas acometidas por cañaverales y camalotes. Con sus noche sin tu piel exasperando los entresijos de los parques somnolientos que visitabas asidua en las madrugadas de los sueños, escondida detrás de las estatuas, reflejada como luna en los estanques de los peces que te miraban embobados, refractada en los rocíos que lagrimeaban en las hojas de los ceibos y los jacarandás, entumida de nostalgias o garúas. De los sueños donde navegabas entre los escollos de mis anhelos de tu naufragio, por donde los sargazos de mis deseos confundían el imán de tu brújula y te desviaban hacia la oquedad oceánica donde debía atraparte en la orilla de los acantilados abisales en cuyo fondo bullían las pesadillas marinas de amanecer sin ti, escorado y roto el velamen, impávido esperando el oleaje que rompiera los carcomidos maderos de la víspera del infierno. En mis deseos que fluyen crecientes como una pleamar furiosa en las tibias arenas de tu piel imaginada hasta el cansancio, el sumergimiento, el hundimiento o la encalladura, que se estrella contra los muros de tu lejanía, que desencuaderna el navío donde huyes mar adentro de los albatros que te persiguen en ocasos y horizontes sobrevolando tu boca en sus navegaciones fantasmas. Esa lejanía sutil y siseante como afilada daga o sigilosa serpiente donde se fraguan los toscos ejercicios de la paciencia durante las jornadas del adviento, esa liturgia desesperada sobre los ecos imposibles de una voz resentida, leyendo entrelineas los arcanos de los salmos escritos por el tiempo en las cortezas muertas de los troncos de los añosos árboles de un bosque indolente, en las grietas de las paredes de ladrillos donde otrora vagaban voluptuosos caracoles, en los intersticios de cielo gris entrevistos en el mecido ramaje del eucalipto. Es el eco de tu voz en silencio de piedra el que inunda esta anchurosa ciénaga de noventa días con sus densas noches de alquitrán sin tu amargo perfume de hechicera. Vale.)


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