viernes, 31 de diciembre de 2010

FINAL DE AÑO

Un ámbito patriarcal recorre estos últimos días con sus tardes de macho viejo y vetusto. Todo el entorno crepuscular parece abjurar del ajado y deshojado calendario. Las últimas noches se tuercen bajo la densa gravitación de tantos inútiles insomnios. Se derogan turbias leyes ya en desvaído desacato, se decretan nuevas posesiones, se renuevan los mismos perjurios. El icono del tiempo se va disgregando roído por el vaho de un hastío insoportable mientras otro dios impío comienza a nacer en su capullo de confeti y torpes campanadas. Un osario de días muertos, de rostros pasajeros, de techumbres y cornisas se hunde lentamente. Allá lejos, un fondeadero de barcos naufragados enarbola su tristeza de virgen exiliada. Nomenclaturas dispersas, códigos reencriptados, enumeraciones siniestras, van sellando breves historias cotidianas. El ábaco de las horas desgrana la meticulosa continuidad que encadena este ayer con aquel mañana. Algarabías, tumultos, fanfarrias, libaciones sagradas o profanas, bruscas ebriedades, demarcan la frontera temporal. Menguan los torrentes que buscaron turbulentos las quietas soledades de un estuario donde heréticas aves vuelan enredadas en las postrimerías del crepúsculo sobre un derrumbado campanario. Siluetas destrozadas, limadura de obsesiones, desconcertados navegantes y pontoneros mesiánicos trazan el albur venidero. La mampostería que amparaba altares y venusterios se derrumba a ojos vistas con la lenta parsimonia de inexploradas ruinas arcaicas. Un agua orbicular inunda la austera mañana con la que se abre el desaguadero terminal, allí entre las piedras y los charcos se escurre el ofidio que posee el secreto y el veneno del dulce vino del estío. Engastados en pervertidos elogios los granos de la cosecha se cuentan con sobria desesperanza. Un canto germinal susurra escondido en la humedad subterránea del próximo almanaque. El láudano de lo concluido borra las minucias, las imperfecciones, las trizaduras, dejando en la piel un marasmo de llovizna, una lasitud de eterno perdedor atrapado en la ignominia de lo sucesivo. Las conclusiones tienen la consistencia de pobres bagatelas, de meros ejercicios escolásticos, solo el abolengo que da la certeza de la mortalidad sostiene la persistencia involuntaria de volver a despertar. A horcajadas sobre el cántaro del que fluye el tiempo, con un boato de jinete apocalíptico y un candor de fugitivo tarahumara, el año concluye con la transparencia de la treceava calavera de cristal maya, en hondura sobre el cascajo sumergido, glorificado y numeral. Una emperatriz nigromante busca los augurios en el fermento del maíz, con su bagaje de siglos de repetitivas premoniciones, en la fastuosidad indiferente de un templo vacío. Vale.

No hay comentarios:

Publicar un comentario