lunes, 24 de octubre de 2011

PARADOJAS TEMPORALES

Si hoy fuera ayer el tiempo debería desandar sus designios, tragarse palabras, diluir asombros, penitas, celacantos, cicatrizar heridas como si la daga fuera solo la silueta de una hoja de eucaliptus, reamanecer y reanochecer, hundir el sol por el oriente y amanecer entre rubores de crepúsculos, encender cenizas, avivar fuegos apagados, hacer subir los torrentes por sus cauces asustados devolviéndolos a sus nieves iniciales, disgregar desencantos, temores y turbaciones, fragmentar hasta la arena tímidos sonrojos, apaciguar iniciaciones de ritos ancestrales, borrar memorias, verbos, ojos y piel incandescente, volver flores a sus capullos, doblar silencios que titilaron por los días buscando la voz pertenecida, espantar pájaros, libélulas y mariposas, ocultar malas y buenas intenciones, derogar la ley física que ordena la sucesión causa efecto, cambiar el orden insobornable del calendario, detener las aspas del molino de la noche, devolver las monedas del insomnio, confundir el azar para que los dados vuelvan al cubilete, urdir una nueva trama segundo a segundo con los mismos personajes pero sin las desdichas del adiós inesperado, desacralizar ceremonias, desarmar insistencias, enredar las horas en sus murmullos, enfriar lechos, ordenar sabanas y almohadas, virginizar fantasías, depurar imágenes, hacer naufragar en inconscientes olvidos sabores, perfumes, roces, la caricia furtiva y el beso imaginado, trabar la juguetona virtualidad petrificándola, otorgar a una realidad desvencijada el derecho a repetirse, a revivirse, a buscar la otra opción más tranquila, la alternativa sin sangre pecadora ni purgatorios compartidos, ni pequeñas perversiones, ni vestales ingenuas, ni demonios incitantes, olvidar códigos, símbolos, desolaciones, detener en los labios los besos, relegar al exilio los instintos, las sensaciones, las ganancias y las perdidas, extraviar a los caminantes por sus propios bosques o arenales, dejar los oleajes en suspenso, abandonar al infierno de sus miedos a los habitantes arrepentidos, relegar a las cloacas negligencias u omisiones, derrumbar memoriales, monumentos y estatuas descabezadas y repartir sus mármoles por las cordilleras equivocadas, abusar de misterios y trabalenguas, volver las ajadas cartas del naipe del destino en su mazo inaugural, cerrar juicios y abrirse a solemnes amnistías, indultar arrepentidos, tardar castigos, ordenar el salvataje de náufragos y la búsqueda de extraviados, bajar culpables de la horca, volcar la copa de veneno, inventar otras realidades o a lo menos un par de universos paralelos, demostrar la falacia de la imposibilidad de la conjetura de protección cronológica, declarar inverosímil lo sucedido, difuminar la persistencia del error, y romper para siempre la cadena de la castidad con sus dulces provocaciones y terribles consecuencias. Vale.

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