domingo, 5 de abril de 2009

LA DOÑA IMPOSIBLE


La sala es amplia pero esta atiborrada de sofás, divanes, y otomanas, y entre ellos pequeñas mesitas de caoba. Hay muchos cojines y almohadones mullidos que cubren aquellos muebles dando a toda la gran habitación un ambiente de intima sensualidad. Todo es rojo oscuro y dorado. Una imponente lámpara de bronce brillante y cristal cuelga en el centro con sus luces de un amarillo penumbroso. Hay muchos hombres muy bien vestidos conversando entre ellos con finas copas de champagne en las manos y largos habanos que humean como incienso en una catedral en fiesta santa. Una suave música de violín y chelo proviene de alguna habitación cercana. El lugar esta lleno de placenteras sensaciones olfativas y auditivas. De pronto el reloj de pared del salón comienza a dar sus profundas campanadas, todos permanecen en silencio contándolas en un murmullo ansioso. A la décimo primera campanada todo queda en un silencio inquietante por algunos segundos, hasta que súbitamente se abren las dos hojas de la gran puerta de cedro y entra un grupo de damas ataviadas con una notable elegancia. Entran sonriendo y saludando a los hombres con desenfadada coquetería, formándose una algarabía de risas y saludos y grititos de gatas felices y machos entusiasmados. Tintinean las copas y las voces se confunden en múltiples conversaciones. La noche avanza, en la sala apenas se pueden divisar los contertulios entre la bruma azulada del humo de tabaco y la luz amarillenta que no alcanza a cruzarla completamente. Se ve a los hombres en mangas de camisa, los cuellos desabotonados, las caras enrojecidas por el champagne y el calor abrumador de tantos cuerpos encerrados. Las mujeres en su mayoría están semidesnudas, solo en bragas, brassier y medias, algunas con escandalosos ligueros y otras con solo ligas decoradas con vuelos y filigranas bordadas. Solo unas pocas permanecen cubiertas con semitransparentes y vaporosas enaguas. Los hombres la besan, las acarician, las sientan en sus piernas y huelen sus cabellos con fruición de sibaritas. De pronto el reloj de pared del salón comienza a dar otra vez sus profundas campanadas, todos se quedan quietos contándolas en silencio. A la décimo segunda campanada, mientras aun se escucha su ronca resonancia se abre una de las hojas de la gran puerta de cedro y entra una silueta que parece ser una dama, su cabello negro azabache es muy liso y cortado en la frente en una línea perfectamente horizontal a la manera egipcia, se cubre con una túnica blanca muy delgada y apegada a su cuerpo, al que delinea con perfección. Los que se encuentran más de cerca se dan cuenta que solo esta vestida con esa túnica pues sobresalen de ella sus pequeños pechos y sus breves puntas, y en su pubis se nota la diminuta y ambigua prominencia de sus vellos púbicos de forma suavemente convexa. Su maquillaje negro y azul sobre sus ojos confirma el estilo egipcio, coincidiendo con sus ojos negros intensos y que se ven un poco rasgados por las gruesas líneas que los extienden hacia los lados. El rostro esta apenas empolvado y en los pómulos solo un toque mínimo de rubor. Lleva unos aretes colgantes de turmalina y un collar de espejeantes lagrimas de oligisto. Todos han permanecido quietos y silenciosos después de su aparición, y mientras ella camina felina y flexible por el salón va saludando uno a uno a los varones que apenas se atreven a sonreír. Las mujeres lentamente se han ido acomodando hasta quedar sentadas castamente en los sofás u otomanas, algunas en el piso alfombrado con las piernas juntas en actitud casual, pero ella no las mira, su atención esta dedicada solo a los hombres. A algunos les roza el rostro con su mano de largas uñas pintadas de un negro opaco, y a unos pocos medio les dibuja con su dedo índice el borde de los labios, como palpándolos. Aquellos honrados por tal honor entrecierran los ojos para disfrutar ese leve roce en su máxima plenitud. Cuando ha recorrido la sala completa y saludado, observado o acariciado a cada uno de la veintena de varones presentes, se detiene en medio del lugar, bajo la lámpara colgante de bronces y cristales que la ilumina entre la bruma como la estatua de una virgen, y va girando su rostro hasta detenerse en el hombre que estaba en el rincón mas oscuro, solo, sin ninguna mujer en su cercanía, y le hace un gesto como una venia sutil, como asintiendo a algo que nadie mas alcanza a percibir, y se dirige a la puerta con los mismos pasos de gata sensual. El elegido se ha levantado rápidamente y llega antes que ella a la puerta, la abre para que ella salga y la sigue cerrándola lentamente tras él. Alguien lanza un suspiro como de pena o desilusión y los demás ríen con sobriedad respetuosa. De inmediato vuelve la algarabía de risas y grititos de gatas felices y machos entusiasmados, vuelven a tintinear las copas y las voces se confunden otra vez en entreveradas conversaciones. Nadie se da cuenta de que la suave música de violín y chelo proveniente de alguna habitación cercana ha dejado de escucharse.

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