domingo, 26 de abril de 2009

LA DOPPLERIANA


“que todos se levanten, que se llame a todos, que nadie se quede detrás de los demás”
El Popol Wuj

El taumaturgo calvo de Pishikuy levanta los brazos, congelándolos por un instante en lo alto y luego en un ampuloso gesto teatral los baja a media altura trazando con ellos dos lunas nuevas con los cachos hacia el cielo alejándolos de su cuerpo. En sus escondidos arpegios el grillo subterráneo y la elevada cigarra responden la orden con sus violines obscenos, breves chirridos inubicables que esplendecen y desaparecen según el misterio de la serie de Fibonacci hasta alcanzar el brusco silencio. Los brazos del mago zacateca vuelven hacia el eje de su cuerpo e irrumpen otra vez hacia los lados en dos lunas musulmanas especulares y en sordo zumbar el panal estalla de mínimos zumbidos sumados y una miríada de Apis mellifera se enfrenta en lucha desigual con otra miríada de Apis Adansoni, el linfático carnaval va en un brioso in crecendo que deambula entre las copas de los árboles dejando un rastro de miel sobre hojuelas muertas sobre el suelo laterítico cubierto de pequeñísimas orquídeas parásitas y albinos hongos gregarios. En proporción inversa a los dulces cadáveres que se van esparciendo sobre las hojas e inflorescencias de las Orchidaceaes y en los albos sombreros de los fungis, el zumbido va desapareciendo como la lentitud de un crepúsculo. Pero antes que termine, el nigromante ya esta trazando con sus manos un plano horizonte y una sigilosa serpiente sisea una sonata venenosa oculta en el follaje húmedo bajo sus pies, el siseo se eleva en un éxtasis espantoso, husmea entre los tobillos, se enrosca en sus piernas siseando, y siseando se desliza otra vez hasta la putrefacción vegetal del suelo y se pierde siseando en una mimética desaparición de feria dominical o de circo pobre. Los brazos del brujo son ahora dos hélices cónicas a cada lado de su cuerpo que encienden los tambores de una falange de paquidermos monstruosos que avanzan como un tronador tsunami rompiendo, quebrando, aplastando, retumbando hoscos y profundos como soberbios timbales de Wagner, pasan por ambos costados del encantador y él, incólume, sigue haciendo girar sus brazos como dos aspas locas en la tarde calurosa toda ella sin metales azules, el tamboreo se aleja haciéndose cada vez mas grave bajo la ilusión del Doppler. El gran finale se acerca, el divino embaucador eleva su brazo derecho y hace un suave gesto helicoidal con la mano y los cielos desatan un aguacero bíblico, feroz, sobre la espesura que arde en caóticos movimientos en su cristalería de verdes brillantes. Es una lluvia gruesa, ponzoñosa, pero cursilona y menstrual porque tiene esa tibieza amarillenta de la orina del gato, se acumula arriba en el dosel del ramaje de higuerones y palmas, y en las esponjas vivas de bromeliáceas y orquídeas aéreas, y luego escurre hasta caer en toscos goterones sobre el sotobosque golpeando las grandes hojas de heliconias, cañagrias y anturios. Tamborilea así un staccato que el exaltado maestro aprueba con un gesto orgásmico mientras sus manos adoptan la forma de garras con las palmas hacia arriba e inician un muy lento movimiento ascendente y de nuevo se escuchan los chirridos de los grillos y las chicharras, los zumbido bélicos y mortales, el siseo fantasma de la sierpe traidora, sonando sobre el picado desordenado de la lluvia y a lo lejos los tambores elefantiásicos que retornan abrumadores como fondo imponente a los chirridos, zumbidos siseos y goterones, y todo entra en una inefable armonía e il Maestro sube y baja sus brazos con la violencia mesiánica del que ha alcanzado la perfecta plenitud, y ya en un trance desaforado lleva el in crecendo a su máximo posible y los pasos de los elefantes retumban cada vez mas alto y mas cerca, pervirtiendo y ahogando chirridos, zumbidos, siseos y goterones, y truenan aun mas cerca, mas cerca, tanto que en la culminación sinfónica los proboscidios cruzan enceguecidos por encima del podio sagrado y aplastan al Ungido una y otra vez con sus grandes patas planas como tambores invertidos. La música cesa lentamente, en un desorden desafinado de chirridos, zumbidos, siseos y goterones, y de timbales que se silencian cada vez mas lejos y mas graves siguiendo el misterio de la ineludible ley acústica del Doppler. Atrás, el Ajquij de Pishikuy es una informe mancha sanguinolenta que ya comienzan a llevarse las hormigas, a pesar que aun no escampa. Vale.

1 comentario:

  1. ...un texto estupendo donde la relatividad del momento refleja la historia de la epoca ,y boticchelli genial en representarlo...desde mi alma ala tuya e invotandote a mis horas rotas que espero te agraden...jose ramon...---

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