miércoles, 26 de marzo de 2014

FRUTILLAR


“El hecho estético es un brusco milagro. No puede ser previsto.” Jorge Luis Borges, 1984.

Fui a por tu boca latiendo en tu saliva, fui por el otoño inicial en ese sur con sus tintineantes amarillos incipientes y sus verdes tardíos, habité los cimientos de un sueño vasto y posible construido en absurda paradoxa sobre la ruinas de otro sueño igual de vasto pero que fue imposible. (Yo me dormía vivo dentro de tu boca esperando tus besos desde adentro). Hacía abajo tirando para el lago se desplegaba un hermoso desperdicio de florcitas amarillas, chiquitas como una pena de amor o las nostalgias de ciruelo en flor allá en la casa de la infancia. Hubo pastizales y hermosos potreros vacíos con sus forrajes infinitos, bosques islas intocados de maderas dormidas, coihueras antiquísimas, florecidos ulmos melíferos en una pequeña selva valdiviana contenida en el cuenco de tu mano donde los pájaros visitaban tus nostalgias sin rostro, tu mala suerte traicionera, tu desaparición inevitable. Yo destrocé tus labios en esos pastos congelados que fueron forraje dulce para mi hambre de silencio en los bosques encantados. (Tú por el borde canto de la lluvia que ya viene y no me alcanza). Allí dormí tres noches entre los primeros oros del otoño, cercado de pinos rojos y verdes, rodeando un jardín de grama ballica, florcitas blancas y rosadas, pinos rastreros y un gomero en la ventana. Tu fantasma abrumado en lejanía vagaba en el nocturno entre antiguos muebles de caoba, entre cristales, platerías y plaqué. Entre pulidas y barnizadas maderas de mañios o en las sonrosadas manzanas de la chicha dulce y los negros hierros de las cárceles de los vinos envejecidos. (Dejé que te afanaras en la búsqueda de mi boca incitando bajo la ternura ácida de tu piel). En los pastajes los bolos albos y grandes como huevos de dinosaurios (i), los campos del ganado blanquinegro u overo colorado pastando en un mundo quieto y transparente con un oriente de aguas pintadas con acuarela azul y un volcán dibujado. Sobre la mesita china la calesa de plata donde nos quedamos esculpidos tomados de la mano, tú con tu escote de dama de abolengo y yo con mi pañuelo al cuello de romántico poeta. (Besaría esa piel de tu escote hasta despertar otra vez tus deseos). Por cierto, este texto no es tuyo, lo tuyo es el milagro del destiempo, de la voz inconclusa, de la constancia y el vértigo, de la volición compartida de los sueños frustrados y su intento.


(i) Paráfrasis de “a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos.”. Cien Años de Soledad, Gabriel García Márquez.

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