viernes, 14 de diciembre de 2012

NADIE SE VA

Nadie se va del agua de su sed, de las caricias de sus mañanas, de las piedras ni de ese río, nadie abandona los pájaros ni los geranios, nadie se borra ni se evapora de la memoria que lo poseyó un día para siempre, nadie deja el susurro suspendido ni la mano en las cenizas, nadie se esfuma en su propia oscuridad. Vendrán las sombras del arrepentimiento invadiendo las penumbras del pecado inicial, de la espina incesante, del puñal que sajó los días dividiéndolos, bifurcándolos en un con ella sin ella sin solución de continuidad, de la incrustación en el cuarzo con sus resonancias en la carne viva. No habrá resignaciones porque no habrá olvido posible de esa voz, ese verbo, con sus furias y sus celos y con las latencias de un imposible nocturno que siempre amanecía posible. Que importa si los silencios cavarán tumbas donde antes hubo ceibos y ciruelos, porque estarán vacías, que importa si la noche se derrumbará con las lluvias venideras si su rezongo tanguero entrará en un eco que perdurará hasta el estío. Se perderán silaba a silaba los nombres que fueron sagrados, se perderá un lunfardo secreto inventado para decir lo que el idioma materno no sabía decir, se desvanecerán de tanto mirarlas ciertas precisas fotografías, los rasgos de los rostros se irán confundiendo con otros que fueron o serán, pero todo lo que parecerá perdido seguirá urgiendo el retorno porque nunca hubo fuga, solo la continuación de un viaje inevitable hacia un pequeño infierno. Alguien volverá a ser el linyera palabrero que llegó entre los camalotes y las islas, alguien volverá a ser la que lo llevó de la mano por el Paraíso en un milagro que prevalecerá en una serena eternidad momentánea. En una tanguería vacía deambulará un tango canyengue esperando que lo bailen hasta el final de los tiempos, y en un cuartito clandestino, quizá en que lado de las nieves, dos fantasmas insistentes volverán en la tardes de otoño a rendirse a aquel sueño inconcluso. En los amaneceres de garúas dos siluetas extraviadas recorrerán los parques, allá y acá, buscando con la desesperación de los náufragos esa convergencia que soñaron cada noche pero que nunca se dio. Dirán que los derrotó el hastío, los celos, la mísera soberbia o el mero orgullo, pero son embelecos fraguados en los venideros insomnios, la verdá es que fue el tumultuoso oleaje de piantaos que ellos mismos creaban en sus ansias por alcanzar siquiera a tomarse en algún atardecer de la mano. Nadie se va porque nadie abandona así como así la ternura, el amor, el deseo. Vale.

Imagen: Dante and Beatrice, 1883, by Henry Holiday (1839 - 1927)

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