lunes, 25 de agosto de 2014

ESPEJOS QUEBRADOS


(Fragmentos de pulsión escópica)

Mi rostro era un tormento. Nube. Gajos de sol. Rompí el espejo. Un rostro fragmentado. Y todo el cielo. Dormir. Pasar. No desear. Mis labios. Y el silencio. Dormido entre los muros de este huerto. Pasó un pájaro blanco, alegre, extenso. Sus alas. Su gorjeo. Pero yo no estoy preso. Los bosques, crepitando. Los destellos. Más allá no hay jardines. No los quiero. Pájaros, bosques, mares, el espléndido relato de inconstantes y viajeros. Ángeles, no de llamas, sí de yeso. Latir. Urgente azul. Estoy despierto. Mi torre tiene un mirador y espejos. Desde aquí miro y toco y gozo y siento. Su voz no amó Narciso. Amaba el eco. Acudir a tu juego es ver cubrirse las aguas del espejo de gran niebla: un reducido número de estampas indecisas, que pierden densidad y volumen, como el humo; el guía que me burla y llega siempre a desaparecer tras los recodos, escurridizo, artero, suplantándose sin que nunca le pueda ver el rostro, que es el mío: palabras en un espejo escrito y aplazado, en las apariciones de una sombra que se esconde detrás de la cortina, confunde su papel y olvida el gesto o impone su evidencia mentirosa de actor de cine mudo que ha pasado con demasiadas muecas al sonoro; un texto que se pierde en el reverso, el espesor y el margen del papel, que nace con las dudas de su sentido y de su desaliento, paréntesis inscrito en una historia en blanco. Ese espejo me llama y me confirma otra vez en un cuerpo que no es mío. Miro esos ojos y giro en la extrañeza de su voluntad. El otro ya me mira también con la sorpresa de no encontrarse en mí. Somos las dos figuras que separa la superficie de un cristal y la mirada funde en un mismo destino. El agua nos da cita y el vacío nos repite que no somos el mismo. No conozco su sombra y acaricia la muerte cuando yo traigo el día, retiene el infinito cuando increpo su gesto. No conozco la historia de quien mira, no sé quién de los dos delata y finge ser quien se piensa siendo, ser antes de la luz, ser sin el otro. Ahora busco sus ojos y esconde sus pupilas allí donde no miro ni nunca podré ver. Como si me ocultara un ardiente secreto huye al mar de lo oscuro. Un suspendido instante ha roto el movimiento de sus ojos. Siento todo el espejo en el vacío reflejando la herida y el dolor de quien ha descifrado su sentencia: Mirar ya para siempre hacia la nada. Hay restos de mi figura y ladra un perro. Me estremece el espejo: la persona, la máscara es ya máscara de nada. Como un yelmo en la noche antigua, una armadura sin nadie, así es mi yo; un andrajo al que viste un nombre.

A partir de la lectura, hoy, de:
Espejo de gran niebla. Guillermo Carnero,
Siesta en el mirador. Antonio Carvajal
Quien mira. José Ramón Ripoll
De Piedra negra o del temblar. Leopoldo María Panero
En “La Mirada Elíptica: El Trasfondo Neobarroco de la Poesía Española Contemporánea”. Luis Martin-Estudillo.

Nota del mero collagista.- Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos textos; el de explayar en cuatrocientas palabras una idea cuya perfecta exposición ya fue escrita por otros adelantados. Mejor procedimiento es asumir que esos textos ya existen y ofrecer un collage, un copy-paste. (i)

(i) Perífrasis de: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya existen y ofrecer un resumen, un comentario.” Ficciones. Prologo, Jorge Luis Borges. 

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