(Fragmentos de pulsión escópica)
Mi rostro era un tormento. Nube.
Gajos de sol. Rompí el espejo. Un rostro fragmentado. Y todo el cielo. Dormir.
Pasar. No desear. Mis labios. Y el silencio. Dormido entre los muros de este
huerto. Pasó un pájaro blanco, alegre, extenso. Sus alas. Su gorjeo. Pero yo no
estoy preso. Los bosques, crepitando. Los destellos. Más allá no hay jardines.
No los quiero. Pájaros, bosques, mares, el espléndido relato de inconstantes y
viajeros. Ángeles, no de llamas, sí de yeso. Latir. Urgente azul. Estoy
despierto. Mi torre tiene un mirador y espejos. Desde aquí miro y toco y gozo y
siento. Su voz no amó Narciso. Amaba el eco. Acudir a tu juego es ver cubrirse las
aguas del espejo de gran niebla: un reducido número de estampas indecisas, que
pierden densidad y volumen, como el humo; el guía que me burla y llega siempre a
desaparecer tras los recodos, escurridizo, artero, suplantándose sin que nunca
le pueda ver el rostro, que es el mío: palabras en un espejo escrito y
aplazado, en las apariciones de una sombra que se esconde detrás de la cortina,
confunde su papel y olvida el gesto o impone su evidencia mentirosa de actor de
cine mudo que ha pasado con demasiadas muecas al sonoro; un texto que se pierde
en el reverso, el espesor y el margen del papel, que nace con las dudas de su
sentido y de su desaliento, paréntesis inscrito en una historia en blanco. Ese
espejo me llama y me confirma otra vez en un cuerpo que no es mío. Miro esos
ojos y giro en la extrañeza de su voluntad. El otro ya me mira también con la
sorpresa de no encontrarse en mí. Somos las dos figuras que separa la
superficie de un cristal y la mirada funde en un mismo destino. El agua nos da
cita y el vacío nos repite que no somos el mismo. No conozco su sombra y
acaricia la muerte cuando yo traigo el día, retiene el infinito cuando increpo
su gesto. No conozco la historia de quien mira, no sé quién de los dos delata y
finge ser quien se piensa siendo, ser antes de la luz, ser sin el otro. Ahora
busco sus ojos y esconde sus pupilas allí donde no miro ni nunca podré ver. Como
si me ocultara un ardiente secreto huye al mar de lo oscuro. Un suspendido
instante ha roto el movimiento de sus ojos. Siento todo el espejo en el vacío reflejando
la herida y el dolor de quien ha descifrado su sentencia: Mirar ya para siempre
hacia la nada. Hay restos de mi figura y ladra un perro. Me estremece el
espejo: la persona, la máscara es ya máscara de nada. Como un yelmo en la noche
antigua, una armadura sin nadie, así es mi yo; un andrajo al que viste un
nombre.
A
partir de la lectura, hoy, de:
Espejo
de gran niebla. Guillermo Carnero,
Siesta
en el mirador. Antonio Carvajal
Quien
mira. José Ramón Ripoll
De
Piedra negra o del temblar. Leopoldo María Panero
En
“La Mirada Elíptica: El Trasfondo Neobarroco de la Poesía Española Contemporánea”.
Luis Martin-Estudillo.
Nota
del mero collagista.- Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos
textos; el de explayar en cuatrocientas palabras una idea cuya perfecta
exposición ya fue escrita por otros adelantados. Mejor procedimiento es asumir
que esos textos ya existen y ofrecer un collage,
un copy-paste. (i)
(i)
Perífrasis de: “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros;
el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral
cabe en pocos minutos. Mejor procedimiento es simular que esos libros ya
existen y ofrecer un resumen, un comentario.” Ficciones. Prologo, Jorge Luis
Borges.
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