sábado, 7 de agosto de 2010

ENGARCES OCEANICOS

Es la lenta danza de las estatuas congeladas en los márgenes de todas las aguas que cercan los mágicos territorios del meridión. Selvas, sabanas, páramos, helados y altos volcanes aun incandescentes, y mares, mares azules, verdes, grises y hasta de suaves ocres dulceacuícolas donde los grandes ríos desembocan y los violentan. Monótonos cardúmenes de estilizadas saetas plateadas escancian esos mares inagotables, con sus algas verde oliva ondeando sensuales en las saladas aguas verdemar. Soles y oleajes destellan en infinitas agujas de luz incandescente, llamitas de cirios microscópicos e instantáneos, brevemente abrasadores, que saltan desde la superficie desatada de la mar océana. Miríadas de parásitos pelecípodos se aferran como incomprensibles endriagos a la violenta escollera rodeados de una espuma alba que se queda en sus burbujas entre los bivalvos hasta secarse y convertirse en esferas de sales marinas que se quiebran y fragmentan y se disuelven y desaparecen en el caos turbulento de la próxima ola. Las arenas cuarcíferas resisten las miserias cotidianas de los soles con sus vanas deslumbraderas matinales y sus fulgores quemantes de mediodía esperando las florituras de los frescos arreboles con sus carmines, carmesíes y coloretes rojizos. Tediosas moscas que supuran en la canícula soportan estoicas las tibias lluvia tropicales escondidas en la glorieta blanquísima, como esqueleto de ballena, en medio del antiguo jardín de rosas purpúreas del Virrey. Tierra adentro, desiertos, pampas calicheras florecidas de polvorientos nitratos y pampas de pastizales donde merodea el puma y pastan el ñandú y el guanaco, y los llanos perpetuos donde siguen cabalgando (vistosos fantasmas con sus charreteras doradas y sus sables sangrientos sobre briosos corceles fantasmas) las hueste del Libertador llevando al viento los jirones de las banderas que todavía flamean a la espera de las merecidas victorias sobre los mustios conquistadores.

Ahí el paraíso de coloreados sabores, el amarillo del maíz, el blanco puro de la yuca, los frijoles negros y colorados, los ajíes desde el verde oscuro al rojo sangre, todos los verdes del aguacate, el rosa de la guayaba, el rosado y blanco del cacao, el amarillo cristalino del ananá, el blanco con incrustaciones negras de la chirimoya y la guanábana, la variada coloración verde a amarillento, o de castaño rojizo a violeta de la humilde papa, el rojo sangre del tomate, el rojo rubí del cacahuete, y los amarillos, rojos, naranjas intensos o púrpuras del maracuyá (i), que como su hermana cerúlea (ii) muestra en su floración los instrumentos de la divina Pasión del Cristo torturado. Ahí están los códigos y las leyes interdictas de los rutinarios ocasos. Ahí el códice perdido de un otoño rastrojeado y feliz, donde una voz canta los homenajes a los muertos olvidados para siempre sobre el triste promontorio donde hubo una fortaleza de piedra de cañones incapaces desmoronada por los gloriosos corsarios de la Reina Virgen. Ahí yacen enterradas las soberbias de las corazas, las mascaras y las altas lanzas, enfilando por toda esta eternidad hacia la batalla siempre perdida. Ahí los mapas, portulanos, derroteros y cartas de marear, con sus naos y sus navegaciones inútiles, ahora solo sombras que acuden a la memorias del azul de la noche que ya improvisa el tenue gris de otra madrugada con las estatuas destruidas por lo apelmazados excrementos de los coloridos e irrespetuosos pájaros de las Indias Occidentales.



Notas.-

(i) Passiflora edulis.

(ii) Passiflora caerulea. Pasionaria, Flor de la pasión, Pasionaria azul. El Papa Pablo V consideró que era la representación de la Pasión de Cristo, por los filamentos que componen la flor y que evocan a la corona de espinas de Jesucristo; los estambres representarían las cinco heridas en su cuerpo, los tres estilos, los clavos de la cruz y los pétalos, a los doce apóstoles.



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