lunes, 2 de agosto de 2010

VESPERAL INTRANQUILO

“…no encuentro poesía en rostros agobiados ante profanadas tumbas ornamentadas de fríos ángeles sin alas…”

Elsa Gillari


El sol inmenso estallaba en sus fuegos metálicos al rojo blanco soportando las negras trizaduras que le infringían a contraluz las ramas deshojadas de los árboles muertos de otoño a mitad misma del invierno. La luz deslumbrante hería el paisaje derramando sus intensidades victoriosas por sobre el gris difuminado de las nubes del cielo de un azul celeste opaco donde los pájaros parpadeaban de oscuros terciopelos trazando las líneas de sus retornos a los nidos escondidos en las techumbres más lejanas. Los vidrios de la lluvia de la noche anterior y de la llovizna intermitente del día refulgían astillados de verdes, azules y amarillos en las microscópicas refracciones engastadas en los bordes de las cornisas, sobre los limbos largos, estrechos y puntiagudos de los breves pastos iniciales, y en las rugosas cortezas y enmarañados ramajes de los árboles quietos como esqueletos fractales. Hacia el oriente taciturno un misterioso arcoíris descomponía la luz blanca en sus colores primigenios, desde el rojo voluptuoso al obsceno violeta, separados por heréticos arcos de anaranjado, amarillo, verde, azul y añil, incluyendo el otro misterio paralelo del segundo arco más tenue con los mismos colores invertidos. La muerte vagaba entonces por esos andurriales iluminados con su altivez de reina bantú atrapada en un sueño de un grande páramo donde su mano helada revolvía los últimos rescoldos de los encandilados moribundos. Aullaban los lobos estatuarios contradiciendo los arreboles colorinches desde las sombras de los acantilados calcáreos y de los monumentos ecuestres, de las catedrales góticas y de los templos fenicios, y de todos los muros derruidos en los contrafuertes de las cordilleras andinas. Los charcos casi congelados repetían el entero universo en su densidad cristalina, transparente, habitada de paramecios y radiolarios y algas verdiazules, sin solución de continuidad con el aire inmóvil, espeso, en el que reverberaba el eco alegre y bullanguero de la ‘banda dominguera que siempre toca en la plaza, con una tuba grandota y unos platillos de lata’. Vestigios de albos pétalos de gardenias penetraban la eterna pereza de las piedras incrustadas en la tierra húmeda. La piel con los huesos dibujados como un camafeo de un perro pudriéndose en un rincón de basaltos columnares y arenas negras titaniferas parecía que respiraba en un convulsivo ritmo caótico por el alboroto de la sopa viva de gusanos que devoraban en su hondura tumefacta los últimos trozos de carne repugnante antes de que la muerte con su altivez de reina bantú lanzara un silbido y el cadáver se levantara y la siguiera trotando por el sendero que desaparece tras los milenarios y retorcidos troncos de Pinus longaeva, Adansonia gibosa y una variedad enana de Sequoia sempervirens. Una fría opacidad impregnaba el paraje cuando el sol enrojeció hasta el profondo rosso que precede su desaparición antes del crepúsculo vespertino y de los sonoros chirridos primeros murciélagos.


Nota.- Fotografía tomada por el autor, ayer.



1 comentario:

  1. hola amigo: fijate que yo tengo imagenes de la misma imagen casi identicas. las tome en una plaza fuera del estacionamiento. si quierees apresiarlas contactame dejame este es mi correo. mari_an79@hotmail.com

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