“Quizá la sorprenda entre las sabanas de la noche, ebria de champaña y
yo ebrio de ella.” Viajera. F.S.R.Banda, 2014.
Pedrerías, repartija de cascajos
sobre el vientre maternal de la tierra impoluta, en su declaración de primavera
los mirlos acechan los nidos de los chincoles, las últimas aguas invernales se
evaporan en los altos albos algodones que las brisas se van llevando hacia las
nevadas cumbres de volcanes y dormidos granitos. Descreo de las convergencias tutelares, de lo
que contiene el otoño en sus ocres innumerables o la primavera en sus verdes
infinitos, como tu voz cuando se va empequeñeciendo hasta el silencio de dalias
o ceibos según sean los derroteros de las naos hacia sus naufragios. Y
hay gredas quebradas y musgos en los vidrios de tu imperio coordenado, oblicuo,
evanescente, situado siempre a contraluz o en un escorzo imposible como tus
labios cuando musitan las letanías del desamparo, como un anillo roto sobre el
fieltro púrpura de las profanas liturgias. No más que esos rezagos; ventoleras
y vuelos, los pájaros insistiendo en un desasosiego de cernícalo o carancho, las
junturas de la tarde tranquila dibujando tu boca en los geranios para que no se
arranche entrando el crepúsculo y se adueñe de los rojizos rubores en el cielo
lejos que deja estilar la noche para que no estés triste mañana. De sementeras
y poliedros esta hecha la brusca realidad que acomete, fiera venganza la del tiempo, de tulipanes y regiones del ocaso, de
olvidos arrinconados en los meandros desolados de las lluvias en los parques o
la garúas con que las madrugadas amenazan las melancolías, de un aire quieto en
esa densidad solemne y pudorosa de las penas. Todos es sangriento bermellón o
cinabrio en la largura de tu perfume que se percibe como en un halo contenido
de alturas de pino y eucaliptos, de brevedad misteriosa, subterránea, dejando
tu silueta repartida por los caudalosos ríos del destiempo, esparcida y
discordante en los mustios susurros del cañaveral. Las arenas de los días
guardan las huellas de tus pasos, la filigrana que dejó tu imagen en los
cuarzos diminutos, en sus mínimos destellos y en su espejismo constante.
Anochece en ese ámbito donde estás inmersa y descrita. Voy a viajar por la
noche de tu pelo mientras te observo desde todos los espejos para que todo
decante en la fluidez asidua de tus ojos y en sus antiguas comparecencias,
porque solo en la lluvia, esa poética incesante, puedo tocar tu pelo dulcemente
sin cruzar el límite mientras evoco nostálgico aquellos tiempos en que podíamos tanguear impunemente.
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