lunes, 10 de noviembre de 2014

OTROS ROJOS


“... el bermellón, la flor súbita de la sangre recogía la luz del mundo en tu retrato.” Pablo Neruda, Cien sonetos de amor. Soneto LXXVI

Horas antes de la medianoche entra en los desesperos del rojo desatado, en la bullente hoguera en brasas refulgiendo en el nocturno, en los altos atardeceres encendidos de rosas y geranios, del rojo en contraste con una palidez provocante, con tersuras y sabores y perfumes, los rojos sedosos y satinados, el rojo del inevitable infierno y de la tentación de la manzana, de unos labios que se besaron en los tiempos de las lluvias o unas perfectas uñas declarando su sensual fiereza, los rojos encarnados y sangrientos desde el espeso púrpura al alegre colorado. Un rojo de amapola que floreció en los voluptuosos jardines de la noche solitaria, rosa desarmada, copihue o ceibo, densidad sublime de la voz esparcida, de un cuerpo tendido en la sensualidad cómplice del lecho de luces lejos, de alturas intocables, de sobornos visuales y vertiginosos vértigos de palomas. El rojo color de todas las pasiones, malas y buenas, del amor y del odio, del pudoroso rubor de la timidez y de la vergüenza, el rojo color de la intensidad en cercanía, del afecto apasionado, impregnado de cierta angustiosa tensión y sobresalto, el rojo color de la furia y de los instintos primarios, de los impulsos vitales y del sol naciente. El rojo misterioso que quema y seduce, incita y provoca, que se vierte en la roja desvergüenza del heno otoñal y su manantial en estiaje, que enrojece los lúbricos momentos del desenfreno voluptuoso y los faroles de las callejuelas por donde deambula la sombra de su yo verdadero. El rojo profundo del escarmiento y del despliegue, roce, caricia y frotación, de la incitación que se refleja en la flor del granado y el tinte del rubí, rojo que fue esplendor de una piel sagrada entre las albas espumas sumergida. El rojo lacre que selló tratos imposibles, el rojo litúrgico de los cardenales en los alfeizares de las ventanas de las tierras perdidas, el rojo en sus gamas, en sus matices carmesí, bermellón, escarlata, granate, carmín y amaranto. Los rojos jugosos que destilan el estío caluroso de los cinabrios subterráneos en aquellos frutos endulzados por ciertas mariposas, en el sabor de las boquitas pintadas, en las ácidas moras antes de madurar, y en los infinitos rojos de las hojas que agonizan cercadas por el otoño. Los rojos del encanto, del espanto y del desencanto, no esos, fue otro rojo el que incineró las horas de su desespero antes de la medianoche. Vale.

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