“... el bermellón, la flor súbita de la sangre recogía la luz del mundo
en tu retrato.” Pablo Neruda, Cien sonetos de amor. Soneto LXXVI
Horas antes de la medianoche
entra en los desesperos del rojo desatado, en la bullente hoguera en brasas
refulgiendo en el nocturno, en los altos atardeceres encendidos de rosas y
geranios, del rojo en contraste con una palidez provocante, con tersuras y
sabores y perfumes, los rojos sedosos y satinados, el rojo del inevitable
infierno y de la tentación de la manzana, de unos labios que se besaron en los
tiempos de las lluvias o unas perfectas uñas declarando su sensual fiereza, los
rojos encarnados y sangrientos desde el espeso púrpura al alegre colorado. Un
rojo de amapola que floreció en los voluptuosos jardines de la noche solitaria,
rosa desarmada, copihue o ceibo, densidad sublime de la voz esparcida, de un
cuerpo tendido en la sensualidad cómplice del lecho de luces lejos, de alturas
intocables, de sobornos visuales y vertiginosos vértigos de palomas. El rojo
color de todas las pasiones, malas y buenas, del amor y del odio, del pudoroso
rubor de la timidez y de la vergüenza, el rojo color de la intensidad en
cercanía, del afecto apasionado, impregnado de cierta angustiosa tensión y
sobresalto, el rojo color de la furia y de los instintos primarios, de los
impulsos vitales y del sol naciente. El rojo misterioso que quema y seduce,
incita y provoca, que se vierte en la roja desvergüenza del heno otoñal y su
manantial en estiaje, que enrojece los lúbricos momentos del desenfreno
voluptuoso y los faroles de las callejuelas por donde deambula la sombra de su
yo verdadero. El rojo profundo del escarmiento y del despliegue, roce, caricia
y frotación, de la incitación que se refleja en la flor del granado y el tinte
del rubí, rojo que fue esplendor de una piel sagrada entre las albas espumas
sumergida. El rojo lacre que selló tratos imposibles, el rojo litúrgico de los
cardenales en los alfeizares de las ventanas de las tierras perdidas, el rojo
en sus gamas, en sus matices carmesí, bermellón, escarlata, granate, carmín y amaranto.
Los rojos jugosos que destilan el estío caluroso de los cinabrios subterráneos
en aquellos frutos endulzados por ciertas mariposas, en el sabor de las boquitas
pintadas, en las ácidas moras antes de madurar, y en los infinitos rojos de las
hojas que agonizan cercadas por el otoño. Los rojos del encanto, del espanto y
del desencanto, no esos, fue otro rojo el que incineró las horas de su
desespero antes de la medianoche. Vale.
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