martes, 8 de julio de 2014

E LA NAVE VA


«Una fantasía, si es auténtica, lo contiene todo y no necesita explicaciones.». Federico Fellini.

Ya nadie sabe donde se van a esconder los delirios cuando vos Maestro no los desarmes ni los tritures en sus topacios y sus rubíes coronados en sus espantos de medianoche sobre el filo mustio de la luna menguante, cuando no sepamos si enmudeciste porque se te abarrotaron las venas de los sacrificios sangrientos o te abandonaron los pájaros del éxtasis de la contemplación en medio de alguna calle de tu Sevilla cerca de la Plaza del Pumarejo, o simplemente dejaste el espacio donde te inclinabas a contar las huellas de los saurios y ahora andas por ahí especulando sobre las nervaduras de las alas de las mariposas con la vista en alto tan alto que ya no ves las miserias que ibas borrando con tus verbos embarrocados hasta los mismísimos delirios que desarmabas y triturabas para que nadie dijera que mentías cuando relatabas en la voz de tus demonios los viajes a los profundos territorios de la locura. Quizá en esas travesías se te fueron escarchando lo recuerdos y el mañana temprano se te volvió cenizas y cuando despertaste del otro sueño, del verdadero, no encontraste la madrugada y seguiste durmiendo para que no se te volaran los ojos con los que mirabas los objetos en sus reales tornasoles y observabas los microscópicos imaginarios de las geografías extraviadas en los antiguos portulanos, las zoologías de las salamandras inverosímiles y las misteriosas botánicas de los musgos y los helechos sangrientos. O se te entumieron las manos con el frío de las cumbres en las alturas marfileñas de tus desvaríos por rastrear los senderos de la belleza sin saber que: 
Los siglos que en sus hojas cuenta un roble,
árbol los cuenta sordo, tronco ciego;
quien más ve, quien más oye, menos dura (i).
Y ahí se están quedando para los siglos los vestiglos y los endriagos que habitaron tus mundos divididos, escindidos, hendidos o rotos, ahí las sublimes mutaciones de la conciencia de realidad de las que apenas escapabas riendo a carcajadas por la mísera fisura de los antipsicóticos y su mágica bioquímica de circo pobre, sin trapecistas ni payasos porque resulta que los dioses sólo se escuchan a si mismos (ii)Y la nave se fue sin tus huesos derrotados, sin que alcanzaras a ver los escorpiones de amatista ni las larvas de los escarabajos de obsidiana que perforaban sus túneles pestíferos en las pequeñas limaduras de tu mente alborotada por los arduos adjetivos con que describías los mínimos detalles de los asombros y las maravillas, y las innumerables versiones a las que te obligaba el soborno de la inalcanzable perfección. Vale.

(i) Luis de Góngora y Argote. 1620.   
(ii) Francisco Antonio Ruiz Caballero, Noviembre 30 de 2012.

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