Para Nieves María
del Carmen Merino Guerra, amiga en los neobarrocos ultramarinos.
No cae la nieve, se eleva pájaro esfera
pluma, humo o nube, no cae alba en su albura, vuela alto busca azul cielo,
burbuja iridiscente, inicia alturas desatando las palabras de las cornisas,
aprendiendo el idioma de las gárgolas, los códigos misteriosos de las gaviotas
isleñas, el lenguaje pedregoso de los oleajes en las grises arenas volcánicas,
para enviar sus mensajes de náufraga tierna y solitaria encerrados en los
cristales de sus versos por las furiosas corrientes oceánicas, asombrando a los
peces sagrados y a las algas de los roqueríos continentales, al oscuro
celacanto escondido en las negruras de sus abismos y a las medusas que danzan
transparentes en todas las espumas. No cae la nieve, se alza ingrávida sobre
horizontes y cúpulas, sobre templos y tumultos, invocando las soledades
telúricas cercadas por los mares del silencio, no cae blanca en su pureza de
aguas congeladas, sube vaho quebrando las brumas marinas y los arreboles de
lejanos atardeceres, conspira con palabras en susurros delicados, en su sonrisa
esparcida, en sus tentaciones barrocas. Se derrama, se estarce, se delinea en
su silueta de esfinge imposible, navega rumbos sin nortes explorando las otras
islas de los antiguos mapas de los delirios y de las inspiraciones, cava en
lavas incandescentes, socava los acantilados y atrapa las lluvias escasas en
sus orígenes climáticos, entre el reseco anticiclón y la humedad constante de
los alisios que se vierte en las vertientes de su barlovento. No cae la nieve,
se incrusta en los índigos y los azules de los atardeceres entre cirros,
cúmulos y estratos, blancos albos confundida, mimetizada acechando las
desperdigadas estrellas del crepúsculo, se hace noche nívea sobre los techos
silenciosa, algodón o plumas, seda inmaculada, se viste de novia y sueña
desenmascarada, inmersa en la arena de los cuarzos, envuelta en el albor de los
mármoles y los ópalos, estatuaria en su blancura atlántica, en su archipiélago
volcánico entre altas fumarolas y lavas vertidas en las sales marinas, se iza
sobre magmas y extrusiones de basaltos y traquitas, se deshace en copos de
palomas o petreles, se inunda, se anega, se enarbola banderola al viento más
alta que los cantos erodados, que las cenizas conminuidas por el tiempo, más
alta que los imaginarios de las perlas deformadas, más alta que los vuelos
migratorios, que los velámenes de las naves que siempre se van perdiendo en los
profundos límites de la mar, más alta.
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