jueves, 2 de abril de 2015

¿DÓNDE TÚ NO HUBISTE?


¿Dónde, bajo qué luna te sepultaste sagrada y sangrante en las arenas de tu propia voz? Fue crepúsculo hundiéndose en tus rubores, tú lejana, perdida en los lodazales del destiempo, apenas sugerida por las tardes que iban anegando las calles con el perfume de las últimas rosas que tocaste, tus ojos como dormidos sin asombros ni penas, todo sucedía sin ti, las mareas, las fases de la luna o las migraciones de las aves, las sombras bajo los puentes, o el avance sigiloso de la herrumbre en los clavos de los portalones de los monasterios, así fue sucediendo ausencia al paso del otoño con tu nombre borrándose en los muros mientras florecían los geranios sin esperarte y los grillos insistían en sus cantos funerarios escondidos del invierno sin tu silueta habitando las lluvias. ¿Dónde, en qué mes sin plenilunio te despojaste de tu vetusta solemnidad y abriste un vacío en las finas arcillas de tu imperio de pájaros silenciosos? Allí eras soberana y soberbia en tu delicada consistencia de reina, como si todo te hubiera pertenecido de antes, cuando aun no había noticias de tu nacimiento ni de tu entronización en los reinos de las mariposas y las libélulas, habrá sido por esos rumbos en que fuiste canonizada por los que te amaron sin alcanzar los arpegios ni las nomenclaturas que solían dibujarte a contraluz sobre los jardines del estío. ¿Dónde, sobre qué marasmo de las horas fue que perdió tu estirpe las semillas de tus ojos dejando subterráneos los encantos suspendidos en las magnolias y una tristeza de solitarios celacantos en los verbos que te siguieron buscando? Tú en los cuarzos instalada, en su cristal deshabitada, madreselva de su aroma atardecida, tú en los cántaros y los peces, piedra espejo en la albas desplegadas de tu sonrisa oceánica, necesaria, tú en los cafés y en los rastrojos del manzanar del otro lado del canal de las aguas pardas, en las vidrieras y en el estropicio del otoño, sin los vidrios que soportan los vitrales que ciegos dejan de sentirte carcomiendo los cimientos de las antiguas catedrales, tú, que no hubiste acontecido sin los embrujos de la cercanía insensata de tus manos sobre el vino o la miel, sin el trasiego de los destierros y la penumbra de los eclipses, sin el nocturno aterido que dejaste cuando quedaste inmóvil y sin tiempo contra los tristes arreboles. ¿Dónde tú? que no percibo aun las ternuras en el fulgor de tu nombre.


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