domingo, 6 de octubre de 2013

RASTROS DE MUJER AUSENTE


Tendía a flor bajo la escarcha, a mariposa cuando pestañeaba, a pájaro, incluso a libélula cuando soñaba. No era extraño que asumiera esa consistencia entre difusa y asiluetada de las cosas que dejamos de ver por un tiempo pero que permanecen en la memoria como objetos sagrados. Sus ojos solían dejar la tarde en suspenso, aminorando la urgencia del crepúsculo, o dejar ciega la noche en sus tegumentos lunares, en las espumas de los insomnios y en las telarañas de su nocturno registro fundacional. Se iba bordoneando sus sueños, atrayendo hacía ella los delicados estambres de las madreselvas, la miel más dulce de los colmenares, el tenue ruido de los brotes en la ramas y la lenta ascensión subterránea de los cotiledones de los girasoles. Siempre supo que un férvido fauno la acechaba en las esquinas donde hubiera balcones con geranios florecidos, no obstante mantenía una calma de esfinge ocluida en su alabastro que hacía morir de pena a las gárgolas de las altas catedrales. Se dejaba querer a la distancia en un pacto confirmado por esas tímidas miradas que se escondían diáfanas en los parques mientras luctuosas soledades iban rompiendo las membranas vegetales henchidas de la savia de cada primavera. A veces dejaba de respirar por algunos instantes para que el perfume de las rosas asumiera su presencia y ella pudiera escapar del asedio de los míticos druidas que fijaban sus premoniciones en su aliento condensado en el aire madrugador de los bosques. Conocía el dialecto insular de los picaflores y el intrincado lenguaje de los insectos por lo que acostumbraba a quedarse horas y horas quieta escuchando los alborozados chismes del jardín. Cuando la mirada se le iba perdida en otros infinitos y miraba sin mirar los objetos, los rostros, la lluvia sobre los rosales, un silencio de penumbra abarcaba su entorno destilando una nostalgia devastadora que echaba al vuelo las palomas como si se derrumbaran de una vez todos los campanarios. No había pétalo que soportara su tierna fragilidad, su levedad casi insensata, la inmortalidad dolorosa de su rostro en su distancia y su dulzura. Las larvas ilusionadas construían sus capullos soñando despertar a su imagen y semejanza, las cigarras repetían su voz por los follajes exultantes, las abejas urdían en su honor la vendimia. Las raíces congregadas seguían sus pasos por sus honduras de tierra húmeda esquivando las piedras que se quedaban palpitando en el halo de su cercanía. Las manos de un férvido fauno la acechaban en las enredaderas que se descolgaban de los balcones solo para alcanzar a rozar su pelo.

2 comentarios:

  1. Chismes del jardin.....eso solo me parece de una ternura infinita.Que hermoso texto!

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  2. Alguna influencia cósmica te está beneficiando!! podrías pasarla a mi ordenado?? estos dos últimos textos son maravillosos, poseen una creatividad grandiosa. Felicitaciones!

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