jueves, 9 de agosto de 2012

LA VISITANTE

Venía atravesando el patio recién llovido en medio de las ruinas y los árboles añosos, levantándose el ruedo del vestido con sus dos manos finas y pálidas de huesos largos para no mojarlo en los charcos que no reflejaban su imagen sino solo los altos ramajes deshojados contra el cielo grisáceo simulando en su fúnebre quietud abandonados espejos trizados. Su rostro adusto poseía la belleza mortecina de los seres que no son de este mundo, la mirada como perdida atravesaba los cristales empolvados del ventanal provocando el tenue escalofrió de lo insoportable, sus labios congelados en una mueca mezcla de sonrisa y desprecio queriendo parecer amables a pesar de la tristeza inequívoca que uno sentía como una daga encendida sajando las vísceras. Su piel muy pálida resplandecía en su tibieza dándole un aura angélica, distante, intocable. La contemplé sin asombro, sin un atisbo de inquietud o angustia, la veía acercarse y era como si la esperara hace tiempo, casi podía oler su perfume cítrico con un tenue aire de magnolia u oír el frufrú de su vestido entre el ruido de sus pasos delicados en el sendero pedregoso por el que se accedía a la vieja casona. De pronto me di cuenta que todo era gris, allá afuera los muros carcomidos por los inviernos, la corteza de los árboles, el cielo nublado, la grava y los charcos, acá adentro los muebles, las paredes, la alfombra raída y los antiguos oleos con sus escenas de batallas y de caza. Después todo fue de noche. Me arrebujé más en el lecho y cerré los ojos abrumado de tiempo y de memorias, de rostros olvidados que ahora acudían como buscando una instauración que en su momento no tuvieron, mientras intentaba inútilmente identificarlos con un nombre o un detalle que los fijara en el recuerdo, escuché como abría la puerta cancel, no oí ruido del cerrojo y asumí que la había dejado entornada, lo que me confirmó su visita en este aquí y este ahora. Escuché sus pasos leves y cautelosos sobre la madera desgastada del piso y el chirrido sordo de la puerta que se abría allá a los pies de mi cama. Mi entorno se lleno de su sutil e invisible omnipresencia. No necesité abrir los ojos para saber que era ella. Sentí su mano recorrer con suavidad el perfil de mi rostro. Levantó mi cabeza acercándola a su pecho como con ternura, y por unos instantes la acarició. Entendí agradecido que era el fin, y que iba a ser como siempre quise, de noche, durante el sueño y sin dolor.

1 comentario:

  1. porqué tanta tristeza.......porque tanto desamparo......la vida sigue......con cambios pero siempreesta presente

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