sábado, 9 de noviembre de 2013

VAGO POR LOS SUBURBIOS DE TU ROSTRO


Hay un silencio de fieltro, un vacío de grieta en un muro sin musgo, acecha el día en su nublado frío y ventoso, los pájaros enmudecidos describen fúnebres arcos de ópalo en el gris de un cielo atormentado, las horas suceden lineales, previsibles, sin el azar cotidiano de unos ojos invisibles o una risa dibujada en el azogue del espejo. Vago por los suburbios del imperio de tu rostro buscando tu rastro, vestigios o mínimas evidencias de que ayer existías, discrepo con el color de las rosas, con la solemnidad de los altos nubarrones, con la tarde que se va desvaneciendo en sus fronteras sin rubores, con el vaho que acomete los sentidos con un desencanto de mar incierto y de cierto ácido perfume de rojas rosas trepadoras en la noches de antiguas primaveras. Merodeo las lunas que socavan la noche, su rodaja de plata liquida escurriendo por entre los árboles, su eternidad de filoso alfanje noctambulo, sus espumas y sus penumbras, decreto plenilunios en terciopelo y solsticios sobre los gladiolos siempre a destiempo con un calendario equivocado. Se derrama tu ausencia desde el cántaro roto del rocío madrugador que se quedó con tu eco incrustado en sus gredas como pequeñas micas cuando reías o brillantes cristales de oligisto cuando algo o alguien pisaba las resecas hojas de tu otoño. Deambulo ebrio de soledades por los mismos parajes del infierno donde tú pernoctas entre las violetas y las madreselvas esperando inquisitiva en los albores y las palabras un sosiego a tus insomnios. Hay una oscuridad de túnel o tormenta, un abismo cuajado de penumbras, una somnolencia de arcillas donde vago por los suburbios de tu rostro, cercado por tus fantasmas y tus estatuas, por las vertientes de todas las aguas de las lluvias venideras y los deshielos que fueron los vidrios del desamparo. Concurro a tus ritos, a tus ceremoniales y liturgias, pero ausente o en escorzo, como si no fuera yo y asistiera un simulacro hecho de oscuras escorias volcánicas, te observo desde un lejos de espejismo, como una  reverberación o un reflejo, te veo alta e imposible, entre rojas sedas y negros tules, ilusoria, discontinua y evanescente. Recorro el atardecer de tus arrabales, las calles que te vieron niña en sus veredas, los charcos acontecidos de arreboles, las esquinas donde aun se esconden tus secretos. Te voy escribiendo de a poco, describiendo y desescribiendo tu lejana melancolía silenciosa, intentado tu último retrato guiado apenas por el borroso contorno de tu última sombra.

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