sábado, 7 de diciembre de 2013

INCLEMENCIAS


“desbaratada la ficción del Tiempo / sin el amor, sin mí.” Amorosa anticipación. Jorge Luis Borges.

Es la muerte del viento, la espiral el helicoide de gaviotas silenciosas en la ascendente sobre el mar contra un azul cielo empavonado de siniestras metáforas de los retos escombros de un pasado arrumbado en los últimos rincones, en la melancolía de las grietas por donde las hierbas crecen aferradas al pequeño abismo del muro. Sé que hizo llover para que los ojos de los pájaros no la persiguieran desde mis ojos fisgones pero igual la obligué a pensarme mientras miraba sin mirar su misma lluvia en las ventanas o escuchabas el silencio de los mismos pájaros míos, y yo era pasto y piedra, agua y silencio y pájaros ciegos, y también el susurro que buscaba en los matorrales y los árboles llovidos para que fuera a besarla en las noches mientras escuchaba el murmullo de su lluvia que no descampaba nunca en el siempre de su recuerdo en mis recuerdos de un amor confuso, misterioso, complejo, que me inspiró/asustó por todo su tiempo, ahora detenido, cuando se hicieron duros y filosos cristales sus celos. En las desinencias de sus verbos inconclusos pervivían las esencias de los tenebrosos laberintos y de los arcos de mármol que cercaban sus monumentos fúnebres, sus estatuas siniestras en los parques del otoño vertido, las evanescencias que la asiluetaban en el contracrepúsculo de maja o diva, las divergencias que bifurcaron los días de su voz y mi silencio. El prodigio de ubicarla en los catálogos del tiempo sucedido con la absoluta certeza de la equivocación, de sentirla viviendo reviviendo los claustros donde abjuró sin traiciones del espanto de la huida continúa, de la fuga de ella misma, de la disolución de los años que carcomen horadan roen fragmentan y disgregan más allá de la arena o la ceniza. Diosa impasible o irascible según los matices de los rojos o de los verdes, según los capítulos de los antiguos libros del destino o según la densidad de las piedras en la palma de su mano. En cierto sentido la nostalgia la visitaba o habitaba desde siempre ocluida en la maraña de las calles de las ciudades que no eran la suya, en los tumultos y en los dialectos, en la nieve o las sabanas, en el viento muerto y en los escombros de todos los ayeres de su desolación, en la única ausencia que la dejaba con la mirada perdida en los bosques esperando ver unos ojos que quizá nunca volverá a ver.

Imagen: Fotografía de Hilda Breer, abril 2013


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