viernes, 18 de abril de 2014

LUTO EN LAS MAGIAS DE LAS PALABRAS


Se enlutan los castaños que lloran ya la lluvia triste de Macondo, te acordarás Aureliano cuando comenzamos a ver las piedras como huevos prehistóricos y éramos jóvenes allá en la esquina del barrio aprendiendo de nuevo a leer en cien años con la soledad de un mundo que no entendíamos y fuimos inducidos por ese colombiano mágico a los pecados de la literatura de los asombros y las maravillas liberada hasta el final de los tiempos de las arcaicas y siúticas petulancias de los godos, y cada uno era un Aureliano o un José Arcadio y todos nos soñábamos enamorados de Amaranta con su mano vendada o los más románticos de Remedios la Bella y terminábamos muertos de desengaño por Manuela Sánchez de mi perdición para siempre. Se nos fue el Tata Grande, el maestro desaforado que arrasaba con su verbo en esplendor florecido allá en las ciénagas por el otro lado de Riohacha, el reinventor de la América mustia de los guajiros y las damas coloniales, de los ojos de perro azul y del mal amor en los años de la peste. Se nos fueron con Él las putas tristes y la cándida Eréndira, el ángel viejo atrapado en el barrial del gallinero y el patriarca más solitario que el primer muerto, se llevó volando sobre las casa de barro y cañabrava al coronel esperando y se quedó para siempre jamás Isabel viendo llover como siempre llueve en septiembre Gerineldo no seas pendejo. Y fue ayer su partida no anunciada, para que hoy viernes santo los gallinazos se metan por los balcones de la casa y remuevan con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada de la resurrección despertemos del letargo de la pena con una tibia y tierna brisa de muerto grande de comprobada grandeza. Dejó la vara alta muy alta, pero la puerta cancel abierta al plagio de las casas y los espíritus, y deberemos en su honor y su gloria reescribir una y otra vez con las mismas palabras la hojarasca en mala hora, las crónicas del rastro de tu sangre en la nieve, o las diatribas contra los hombres sentados que se alquilan para soñar sin vivir para contarla, porque no venía a decir un discurso sino a vagar por los diccionarios maternos y las enciclopedias caseras como un náufrago en su laberinto. Recordarás Aureliano con esta misma tristeza que en su verbo babilónico conocimos el hielo, esperamos la muerte frente al pelotón de fusilamiento y desciframos los textos donde todo lo escrito es irrepetible desde siempre y para siempre porque los soñadores condenados a treinta y seis mil quinientos días de soledad no tenemos, lo sabemos por Él, otra oportunidad sobre la tierra. Vale.

1 comentario:

  1. Con usted, señor, compartimos algunos amores, recuerdos y coincidencias en gusto por la literatura, me ha gustado mucho su homenaje, un tributo merecido al gran colombiano orgullo de toda latino-américa. Recuerdo que mientras leía cien años de soledad, iba anotando el nombre de los personajes de las distintas décadas para no enredarme y tener que volver a páginas anteriores.Felicitaciones, amigo y gracias.

    ResponderEliminar