miércoles, 5 de enero de 2011

NOCHE

Las luces se apagan... el silencio reina... los amantes se abrazan, las hadas se acercan sigilosas y sonríen... una mujer se acostará para soñar realidades que la visten de oro y terciopelo... él la observa callado... ella se duerme... los gatos miran la luna. (i)

De oros y terciopelo vestida, como reina seducida sobre el lecho de cristal del castillo que soñó de niña en lo alto de un promontorio florecido de violetas entre un bosque de abetos rojos y pinos silvestres, atravesado por un río de sueñera y de barro por donde las proas vinieron a fundarle la patria, con los barquitos dando tumbos entre los camalotes de la corriente zaina (ii). Las luces se duermen dejando abiertas las puertas a las tibias penumbras y al silencio acunador que viene del bosque con su perfume de pinos y su abrazo de hiedras. Refulgen las hadas sigilosas con sus halos fosforescentes y sus alitas transparentes que destellan los arcoiris atrapados en sus secretos vuelos por el día. La rodean, la cercan, le rozan el pelo y juegan alegres entre sus pestañas, espolvoreando sobre ellas las chispitas plateadas del fino balasto de diamantes que robaron del lucero. Afuera la noche está estrellada y titilan, azules, los astros a lo lejos (iii). En el horizonte se adivina un mar azul tranquilo esperando el pálido fulgor de la luna llena para que ilumine los peces perdidos en el estremecimiento nocturno de las espumas y el oleaje. El viento lleva vibraciones de liras eólicas, y el eco de los tímpanos de plata que suenan los silfos (iv). Ella se deja fluir por el breve caudal del arroyo de los sueños, y en ellos vuela y corretea las mariposas amarillas en un campo de amapolas, y salta entre los charcos asustando a las libélulas y silenciando a las cigarras. En el rincón sujeto a las sombras alguien la mira dulcemente con ojos de silente príncipe encantado. Un lobo aúlla su soledad de bosque, de hierbas y de piedras. Despiertan los gatos con el tenue ruido del roce de la luna al pasar coqueta e impúdica por entre las ramas olorosas de los pinos. En el sueño los amantes se abrazan, ella de oros y terciopelo, él con su uniforme de gala, ambos iluminados por la hadas que sonríen esparciendo su polen de pequeñísimos brillantes del lucero. La realidad se sueña amodorrada en el duermevela del amor que invade los amplios salones del castillo, los senderos lunares del bosque de pinos y abetos, el mar del rumor lejano y los peces extraviados, el rincón solitario del príncipe silente y el lecho de cristal donde ella sueña con los gatos que miran la luna. Vale.


Referencias bibliográficas.-

(i) Noche. Hilda Breer.

(ii) Fundación mítica de Buenos Aires. Jorge Luis Borges

(iii) Poema 20. Pablo Neruda

(iv) A una estrella. Rubén Darío

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