Alguien pontifica desde el borde/orilla/limite, se fantasmiza y surge vertiente, repite eco la voz profana inicial de Lezama Lima, el verbo sagrado real-maravilloso de Carpentier, paradisos y reynos, cumbres orogénicas, mistagogos, cubanos arcangélicos allí en el malecón en la nocturnidad de las siluetas entre la bruma marina esperando la madrugada de cardúmenes y aves migrando hacia ellos. Y es también la voz diciendo sándalo en la penumbra de cristal, un buddha de ámbar a la sombra del jacarandá, el hexámetro, la runa, ese anhelar de volver a ser arena, o las voces de las alturas telúricas que desembocan en el mar de la ágatas, y del castaño del patio y los almendros de la lluvia y el tren bananero de los muertos. Ecos, plagios, reescrituras buscando, explorando, experimentando, desollando las piedras de las patrias contraconquistadas. Alguien fragmentado y disperso vaga por las calles de un París oscuro bajo la lluvia, por las orillas del Buenos Aires de casas bajas allá por el Maldonado, por el Malecón de La Habana con las olas rompiendo a lo largo del espigón contra las piedras inmóviles, por ciertas ruinas calcinadas en la Ciudad del Cabo del Haití de un rey muerto. Busca la voz escrita en los cauces de los retorcidos meandros, en los incendios y los gritos de las revoluciones destrozadas por la misma raza que las inició, en las bahías de aguas tibias plagadas de medusas azules, en la altas nieves de una cordillera inalcanzable y lejana donde están las tumbas vacías de los próceres sin entorchados ni medallas de humillante bisutería, busca en las tupidas selvas ahítas del vuelo chillón de los guacamayos multicolores, en los espejos de las charcas donde las florecen los ojos de las grandes anacondas, en la voz perdida y recuperada, en la estética del exceso, del mal gusto buscado y rebuscado, del artificio y la inútil complicación del verbo, de la sobreadjetivación hasta el rebalse y el derrame. Busca la visión del esplendor perdido de su antiguo Nuevo Mundo, los fermentos de Góngora, las semillas ilusorias, la honda raíz embebida en las sangres arrasadas. Alguien escribe en las arenas acumuladas por los océanos de las carabelas y las canoas, en los muros traslapados de templos/catedrales, en los códices quemados por miserables monjes equivocados, en un oro refundido que fue dios sangriento y luego custodia del cuerpo y sangre del cordero, en los palimpsestos escondidos de las bestias de los dictadores que vinieron, escribe y escribe, escribe con tintas de todos los colores para ser retumbo de todas esas voces fusionadas.
viernes, 6 de enero de 2012
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