A ras de tierra, a flor de agua, por el filo hacia abajo en la escombrera, entre el mosquerío y la podredumbre del pantano, frutos tumefactos de mandrágora, semillas con sus embriones muertos de salazón, lagartos inflamados, derrumbes y destrucciones que llevan al molo semihundido donde las espumas de infinitos oleajes repasan una y otra vez las algas de verdes encendidos. Más allá los tetrápodos del rompeolas soportando la mar brava, los gaviones incrustados en borde del río acanalando el torrente de las turbias aguas de los primeros deshielos. El sabor de la azúcar quemada vaga por el cañaveral como un ron primitivo, aborigen, y se queda como un relente en la densidad de las raíces embriagadas. Recovecos donde anidan los albatros, albos relámpagos planeando sobre los azules remansos oceánicos. El humo azul del tabaco dispersándose en el aire fresco de la tarde de ocios desvergonzados. Un jardín florecido de desencantos de rojos muy intensos, de siemprevivas doradas y plateadas madreselvas escondidas, caléndulas y muérdagos, enebros y albahacas, hierbabuenas y pasionarias con su corona, sus clavos y sus martillos infames. La escollera enfrentada a los ecos espumosos de los oleajes de lejanas tormentas, al plancton extravagante extraviado de sus confines por invisibles corrientes submarinas. El corral de minotauros y unicornios, la jaula de los fénix y los alicantos, el acuario de lentos y ampulosos celacantos anaranjados. Un cielo de nubes de altos algodones coronando los límpidos azules andinos, las verdes selvas taínas, los salares, los desiertos y los antiguos dioses sangrientos. Las burbujas iridiscentes, perfectos esféricos tenues batiscafos de mar verde mar, sus misteriosas interferencias y reflexiones confluyendo vertiginosas a la brevísima hecatombe de un silencioso estallido ante los ojitos sonrientes de la Pili. El embeleso de las hélices, el embrujo del giro helicoidal, el encandilamiento de los heliotropos mirando el sol con el mismo afán de los girasoles. Balandros de cabotaje en el sesgo de bahías y caletas en concavidades planares de negros roqueríos y arenas amarillas. Los enigmas de las improntas de las sórdidas cloacas con sus aguas negras, sus fangos borboteando enjugados entre la incertidumbre malsana de los coliformes y el sortilegio de los espejos de obsdiana. La música de un organillo en la molienda del organillero en la esquina equivocada en la víspera del viaje. Todo tiende a un centro final, vórtice y vértice, los últimos ojos en que veremos reflejados nuestros ojos antes del último zarpe.
domingo, 1 de enero de 2012
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Muy Bueno F., has utilizado imágenes muy originales y también a Pili. Me gustó mucho.Felicitaciones!!
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