miércoles, 27 de junio de 2012

COMO LOS CARACOLES

"...sintió la mano sin la venda negra buceando como un molusco ciego entre las algas de su ansiedad". Cien Años de Soledad. Gabriel García Márquez, 1967.

Nublado, con presagio de lluvia para mañana, premoniciones escritas con tintas indelebles en los tortuosos túneles del gran laberinto. Los caracoles enterrados aspiran ya el aire cargado de la lluvia que vendrá, esperando las humedades en los muros para ir en busca de los volantines como si fueran pájaros encerrados en sus helicoides, embebidos en sus babas transparentes, urgidos de ardientes silencios después de la noche donde buscaron tus ojos de esmeraldas y reptaron sensuales por los territorios prohibidos de tu piel dormida. Y fue por tu piel lánguida y tibia que las húmedas sedas plateadas fueron deslizándose con parsimonia de sibaritas caricias mentidas, y recorrieron dunas y valles, breves selvas y altos promontorios, suaves desiertos de canela y sándalo hasta asomarse en medio del vértigo al ómphalos sagrado. Tentando allí con sus minúsculos tentáculos la profundidad de tu sueño para seguir extraviándose por las comarcas del secreto paraíso. Y fui más al sur siguiendo un perfume de dulces feromonas y densos efluvios carnales, emigrando hacia una humedad intuida por misteriosas sensibilidades instintivas y fluyendo en la alternancia de contracciones y elongaciones con la lentitud que solo poseen los dueños del tiempo, casi sin fricción sobre mi propia untuosidad voluptuosa. Era como la yema de un dedo humedecida en saliva que se deslizaba sobre tu piel leyendo el braille de sus poros como si fuera un delicado papiro donde están escritos los arcanos que guardan los verdes cristales de las esmeraldas. Iniciación, rito y consagración consumada en la peregrinación sacrílega hacia el meridión de tu cuerpo transido de escarchas que se van deshielando en la sinuosidad horizontal del molusco en celo atrapado en las afrodisíacas fragancias que acechan en aquel vórtice ilusorio y que lo atraen irrevocablemente al fuego pecador de su viscosa trampa de gredas ácidas y pantanosas donde no han de sobrevivir, así está escrito, los tardos e incautos caracoles. Aun así, imbuido de un vinculo astral que va más allá de mí mismo alcanzo ese tu otro caracol acechante y en un húmedo retorcido palpitante abrazo genital naufragamos en un hermafroditismo insuficiente de babas vertidas y mórbidos cuerpos que copulan con la desesperación del exilio transgredido en medio de esa muerte instantánea, adheridos como hembra y macho y viceversa en un incansable e inevitable viaje hacia la profundidad calidamente aterciopelada del humectado gineceo que recibe la suave y rítmica huella del impetuoso molusco, juego danza delirio, néctares que se multiplican y confunden en el vendaval de la venidera lluvia de mañana. Vale.

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