jueves, 16 de agosto de 2012

MUTACIONES MUTANTES

El jolgorio de los mutantes aviva la noche con sus variaciones para orquesta op. 31 de Schönberg, tocadas en el modo politonal original del maestro Arnoldo. La música atonal y dodecafónica gorgotea con sus saltitos de grillos amarillos haciendo florecer la misteriosa Rosa Nítida en cuyas lágrimas madrugadoras los vestiglos perciben esas visiones inquietantes que van convirtiendo el día en la arena que se va deshaciendo en agua, sal y ceniza. Las trompetillas del tabaco se cimbran inquietas ante el horror de los címbalos y las cucardas se abren y cierran al ritmo neurótico de la musiquilla enervante de la melodía insensata. Allá lejos en el lineal resplandor de la playa un buque escorado en las arenas de la pleamar se desgrana desarma desguaza en sus óxidos primitivos. Los mutantes danzan embriagados de alcanfor bajo la espesura sagrada de la pasionaria florecida, cada una con su corona de espinas, los tres martillos y los tres clavos, bailan con sus siete patas quitinosas y sus cinco élitros transparentes. La mañana cristaliza en los arpegios de otra música invisible sospechosa de precisas profanaciones, secretas idolatrías y ambiguos libertinajes. Los sumideros sagrados se anegan de secreciones sexuales y hemolinfas incoloras, verdes y rojos. Mezcla de libélula, luciérnaga y saltamontes, cada mutante despliega su larga y recta antena iridiscente azul verdosa formando en su tumulto un hermoso alfiletero tornasolado sobre el tronco del pitosporo, el Azahar de la China. Hay un silencio de caladero cuando el sol toca el mediodía. Los engendros vuelven cabizbajos a sus labores sigilosas en las extrañas maquinas capaces de sajar el tiempo, cizallarlo en tajadas casi transparentes, desgranarlo en sus mínimos granos minuciosos, no el tiempo blando, amorfo, maleable dentro del que ocurre la burda realidad, sino el otro, el cristalizado, frágil y tintineante donde están inmersos los instantes que destellan distintos e inolvidables. El lloradero de las pesquerías vierte negras y fangosas aguas en el desaguadero del espanto con la calma deshojada de las antiguas teterías. Un polvoriento chancador va crujiendo en cada paradoxa, en cada trampa temporal. El resto del día se desliza en su discontinuo traqueteo. Comienza el berrinche del crepúsculo. Hay un gris de humo de ponientes extinguidos, un aroma a aceites quemados, a petróleo en combustión, a cloacas en cuyas grietas ya comienzan a brotar los sangrientos amarantos lunares. La noche oscura y brumosa se enciende con el jolgorio de los mutantes y las sorprendentes variaciones dodecafónicas de Schönberg. Vale.

1 comentario: