domingo, 21 de octubre de 2012

DURMIENDO EN LA ROSA DORMIDA

Me dejaré dormir entre esa rosa impúdica y tu boca de besos en el jardín lunar de tus caricias, te soñare extendida sobre lecho y sal, navegando por tus mareas que suben por el río hasta inundar las islas de mi desamparo sin ti, mía en la silente nocturnidad que abarca todo el espacio que nos duele en la piel horadada en las ausencias sin destierro, mía en la mano que toca y en el reflejo de los cuerpos escurriéndose atravesados de luzluna por el borde del sueño, mía dormida en la sinuosidad inconsumada del deseo. Y te doy besitos calladitos para no despertarte, levanto suave y lentamente tus sabanas y te miro... te miro allí dormida, y veo en el escote abierto la amplia plenitud de tus pechos, y veo tu camisola subida por tus muslos y contemplo tus piernas desnudas con el arrobamiento del macho hambriento. Y permanezco ahí, insecto macho libando la rosa en su brote carnal, urgido de pétalos perfumados de rosa y lavanda, saboreando el sabor de perdido allá en tu boca por el día sin ti, recuperando la intimidad prohibida por la impenetrable distancia, sorbiendo la humedad vegetal a lo largo de tu lecho, buscando los vestigios de la espuma y la huella de la esponja que acariciaron en mi nombre tu cuerpo mientras soñabas mi ojos mirando el secreto nacimiento de Venus. Es que yo solo quiero dormir apegadito a ti para olvidarme del mundo que no entiendo, vagar delirando por el perfume de tu cuerpo, soñarme en ti feliz como niño extraviado en un cuento de hadas, navegarte costeando tu silueta de norte a sur y de oriente a poniente oteando tus horizontes desde las cúspides de tus cálidas geografías, ir como en un sueño en el sueño soñándote soñándonos y encontrarnos de pronto de frente, sin pensarlo ni esperarlo en la Avenida Santa Fe entre Borges y Anchorena, y caminar de la mano en silencio hasta la próxima esquina y despedirnos ahí mismo para que el sueño no termine y volvamos a encontrarnos noches tras noches en esas mismas callecitas. O quizá mejor nos encontramos en la misma Avenida Santa Fe, pero entre Maipú y Esmeralda, bajo la perfumada sombra azul violácea de ese jacarandá, a la salida del metro (subte, para vos) San Martín, y buscamos un discreto cafecito donde sentarnos a contarnos las vidas que hemos vivido antes del encuentro, cuando no nos existíamos y nos buscábamos equivocados de rumbo por las dos ciudades equivocadas.

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