viernes, 30 de noviembre de 2012

EXTREMA UNCIÓN

Verás, ya cerca del fin, casi sin luz, estragado el cuerpo, el alma desgastada, (con solo tiempo para hacer la suma), que días perdiste buscando nadas, afanando torpezas y viviendo errores, construyendo templos que no duraron tus siglos, y siempre hilando sueños, imposibles o inútiles. Los días fueron caudal, así por años y calmos vados hubieron cuando perdiste la fuerza, allí, a pesar de ti, te cercarán estancados pantanos. Dolorosa esa tarde en que verás, si la razón te asiste, que el aquí y el ahora nunca fueron tuyos, los rumbos los fijaba tu carne ansiosa, los vientos tus instintos, tus anhelos, las corrientes tus miedos y derrotas, apenas el hambre. Tormentas y estiajes, no tú, negaban caudal o decretaban torrentes. Que el azar construyó tus reinos y el mismo azar los volvió ruinas, verás, cercano el fin y ya vencido. Entonces te irás. Te buscará la muerte entre los rostros de ese día, su mano fría te salvará de la infamia del dolor. Amanecerá con colores de crepúsculo, las horas de ese día serán lentas, tardas, tristes. Tus pecados, las traiciones, las mentiras, tus pequeñas miserias y tus patéticas vanidades se irán de ti como palomas asustadas. Tus desesperaciones perderán el poder sobre tu sangre y los sagrados vínculos del odio se romperán como un cristal. La intranquila conciencia se abandonará a la impunidad del olvido. Se rendirá al fin la esperanza al sosiego del fin. Laxa tu mano buscará hacia la tarde otra mano, alguien humedecerá tus labios, solo entonces se justificará el amor. Desde esa noche, limpia ya tu sombra en la agonía, altas, muy altas esfinges cuidaran para siempre tu alma, toda ausencia finalmente dejará de doler. Ahora bien, habría en cierto lugar inaccesible Alguien en tu espera con una herrumbrosa balanza y un ajado catalogo de pecados, dicen que en el Cielo, pero son embelecos fraguados en las antiguas catedrales. Lo cierto es que en ese lugar gris y entristecido hay un anciano habitante entumecido por una bruma azul y ciertos carcomidos resplandores. Es un dios antiguo en un cielo abandonado, de altas ceremonias inútiles y de inocuas consecuencias, un continuo revoloteo de invisibles ángeles marchitos le murmuran hastiados su vana gloria entre las miserias de la desidia del desamparo y la ancha soledad. Ese dios, ajeno y cansado, soportando achaques de mala vejez, espera también como tú el fin de los tiempos. Alabado sea ese Dios en la inmensidad de su gloria, que no nos dejó ver su luz, pero tampoco sus sombras. Cuídate entonces de esa hora precisa, para ti la última, cuando terminada esta fanfarria y sus desdichas solo importe tu suma. Vale.

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