lunes, 29 de julio de 2013

VERGENCIAS DELIRICAS


“El número de configuraciones cualitativamente diferentes de las discontinuidades que pueden producirse depende no del número de variables de estado (que puede ser muy grande), sino del número de variables de control (que suele ser muy pequeño).” Complejidad y el Caos: Una exploración antropológica. Carlos Reynoso, 2006.

Se derrama sin encender el día sobre los pastos asomados en los verdes verdeantes de sus invernadas que prometen furiosa primavera, los dedos deshojados de los árboles dormidos cruzan grises nubarrones en camino hacia la vertiente de una cordillera alzada en sus nieves y ventoleras, el frío se ciñe a la vastedad del paisaje inmediato inculcando la serenidad de un mediodía vertiginoso que ya rumbea por el borde de la tarde. Solemnes demiurgos beben las aguas casi extinguidas entre los guijarros redondeados por la infinita paciencia de la erosión del tiempo, el día se abastece de penas en ese bebedero que siempre amanece escarchado. Una luz algo podrida, acosada por las matas de hinojos y cicutas se esparce quejumbrosa como un hálito deformado por los estarcidos reflejos y las multitudinarias iridiscencias. Se vierte sin arder el día sobre los hierbas despuntadas en los glaucos verdeantes de sus renacimientos invernales premonitorios de rabiosa primavera, las ramas deshojadas de la floresta somnolienta atraviesan grises nubarrones en camino hacia la vertiente de unas montañas elevadas en sus celliscas y vendavales, el frío se apega a la vastedad del paisaje cercano induciendo la serenidad de un mediodía apresurado que ya se orienta por el filo del atardecer. Una luz de fermentos vegetales, acosa los hinojos y las cicutas esparciendo un vaho deformado por los estarcidos reflejos de los negros cisnes del desamparo y las iridiscencias de las transparentes mariposas. Ceremoniosos vestiglos sacian la sed en las aguas residuales entre los cantos redondeados por la ilimitada perseverancia de la erosión del tiempo, el día se abastece de penas en ese bebedero que siempre amanece escarchado. Una luz algo siniestra, amortiguada por los setos silvestres de hinojos y cicutas se propaga quejumbrosa como un aliento fluctuante por los coloreados reflejos y las profusas reverberaciones. Solemnes endriagos beben las barrosas aguas entre las piedras redondeadas por la infinita paciencia de la erosión del tiempo, el día se provee de lástimas en ese bebedero que siempre clarea congelado. Se vuelca incendiado el día entre los pastos cristalizados en los verdes verdores de sus rincones invernales prometiendo copiosa primavera, los ramajes vacíos de los árboles dormidos cruzan grises nublados en ruta hacia la vertiente de una cordillera encaramada en sus nevazones y borrascas, el frío se ahoga en la amplitud del paisaje colindante infundiendo la dulzura de un mediodía urgente que ya rumbea por la orilla de la tarde.

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