domingo, 2 de febrero de 2014

AZUCENA (Lilium candidum)


Aparta de mí tus ojos porque ellos me doblegan. (Cantar de los Cantares. 6:5)

Yo tenía posesiones en el ángulo de tu boca, contaba los días según los numerales de tus ojos, dejaba que te pertenecieran todas las nostalgias de las lluvias otoñales y los frescos atardeceres del estío, te cortejaba inundada de pájaros como vertiente, con la delicada perseverancia de un tránsfuga derrotado, solo, en la esquina de la revelación y las premoniciones. Pero siempre te me ibas borroneando niña de ojos dormidos y del largo pelo claro bajo la intensa luna enmudecida por envidias y fervores. Por ti se quebraban los cántaros iluminados y se venían los aluviones de las congojas si no girabas en esa esquina en rumbo cierto hacia mí. Sobre el borde nocturno del día te construía con los vestigios del atardecer ruboroso, con el perfume ácido de las rojas rosas de la noche que trepaban por el muro, con la majestuosa densidad de los crepúsculos, hacia la tarde divagaba resumiendo en tu boca los besos cautivos. Postulé en ti las herencias sacramentales que escondía en las cenizas de los rescoldos de la infancia de dalias y azucenas, del albo velamen del ciruelo navegando el nocturno terciopelo, las geologías que previeron para tu honor y gloria el jardín de rosas donde la Pili vino a jugar cuatro décadas después. Todo entonces convergió hacia ti, el tiempo se detuvo y se fue hundiendo lentamente en las arenas que esparcías con altivez de reina soberana para que yo me extraviara en los vastos territorios de tu imperio silencioso. Hubo en la travesía escondidos desacatos, breves conspiraciones que la fatalidad convirtió en infiernos, en abismos, en furiosos oleajes, en feroces rupturas y dolorosos quebrantos, nada fue igual después del último desencanto. Todas fueron pequeñas reinas en su día, una o dos provisorias princesas de cuarzo filoso o frágil cristal, pero solo tú fuiste, eres y serás eterna emperatriz de todos mis demonios. Hacia ti giraron los girasoles, por ti dieron las múltiples rosas sus pétalos bajo las lluvias de nuestro otoño, en ti se congregaron las simientes, por ti huyeron las sombras y sus fantasmas. Tú dispersas con un gesto mis desoladas melancolías y nostalgias, y con tus silencios me abrumas de otras sucesivas melancolías y nostalgias, aún así he cumplido el sueño de tenerte para siempre dirigiendo con tus furias y tristezas los rumbos de mis propios días y yo asustado a favor del viento de tormentas que tu generas con la poderosa corriente de tu vida (i), pero sabiendo que ahora puedo morir tal como me duermo en tu necesaria cercanía, escuchando tu tranquila respiración apaciguando mi noche. Vale.


(i) “De la Fundación del Ultimo Reino”. En ‘Breves Relaciones de Viajes a los Mares Interiores’. Antofagasta 1995.

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