viernes, 23 de julio de 2010

MUROS


Ahí están las toscas piedras somnolientas engarzadas en sus milenios sagrados soportando la yesería morisca, los alabastros mal canteados, las injurias de las lluvias y las miserias de una silenciosa dilución arenosa, permanecen inquietas como construidas a destiempo, con desgano de indios azotados y vilezas de godos prófugos de las todas cárceles de todas las Españas, sin solución de continuidad entre los muros de adobes y el grande portalón de madera reseca con su aldabón de hierro sucio fingiendo una garra de águila sobre una bola estridente (i), que intenta mantener su rústica artesanía a contrapelo del orín de las centurias. Ahí las cristaleras de colores charros con sus verdes, azules, rojos y amarillos chillones como desplumes de guacamayos o carnavalito de pobres, y las tiras de plomo trazando las siluetas de los santos, los profetas, las santas y las vírgenes, al Crucificado atrapado para siempre en el Madero por los trozos de vidrio tintados de color en su propia sopa hirviente y realzados con claroscuros de grisalla, con la masa de los vidrios llena de burbujitas e impurezas que desgranan la luz en miles de agujas de destellos colorinches de los mismos colores charrientos, aunque sin diluir las figuras con la irradiación de los ventanales porque la composición llena un espacio sin profundidad, donde todo esta detenido en esa tarde policromada del primer Viernes Santo. Ahí arriba los sumideros; grifos, gárgolas, quimeras, dragones y sonrientes demonios, “bestias mitológicas y legendarias que desde sus atalayas contemplan el paso de los siglos en perturbador silencio. Guardianes pétreos de antiquísimos templos, figuras grotescas y retorcidas, seres que aparecerán en las peores pesadillas de todos aquellos que intenten penetrar en su territorio defendido. Seres que en las noches más oscuras, cobran vida y sobrevuelan sus dominios hasta que, al alba, retornan a sus pedestales inmortales, a la espera de que los primeros rayos de sol, los vuelvan a convertir en piedra.” (ii). Desde más lejos, el astillado rosetón estrafalario, los arcos ojivales y la bóveda de crucería, los contrafuertes exteriores con sus arbotantes, los muros sustentados en los altísimos pilares y en los baquetones con sus filigrana de molduras. Ahí abajo, solo el misterioso laberinto iniciático que trazan las lajas del piso cuyo recorrido es el catorceavo sustituto del peregrinaje a la Tierra Santa. Y en los muros ennegrecidos por el hollín de cirios e inciensos el desgarro andino de la ignimbrita tutelar, piedra telúrica, tufo volcánico entre blanco y grisáceo, sillares andinos robados a los dioses andinos desde los mismos pies del Misti dormido, perfecto e imponente. Ese es el sangriento templo construido por idolatras y herejes, mimesis de la catedral de los mustios cristianos donde el árabe vencedor del conde don Julián escuchó el allāhu akbar de su muecín por setecientos ochenta y un largos y humillantes años. Allí está, iluminado por los rosados y purpuras del arrebol, coronando un alcor rodeado por los fangos palustres que bordean el río de los camalotes y por el bajío donde fondeó destartalada y carcomida por los comejenes marinos de todos los mares de su tiempo la ultima nao de aquel glorioso lusitano.



Notas.-

(i) “Miré bien el aldabón. Era la amputada garra de un león de bronce, que con largas uñas de bronce apretaba una bola de bronce.”

Tres tristes tigres. Guillermo Cabrera Infante, 1990.

(ii) Seres mitológicos. Gárgolas y Quimeras. 2009.

http://tejiendoelmundo.wordpress.com/


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