domingo, 28 de noviembre de 2010

JACOBIANO, LA SECUENCIA

Desconchados muros encalados de una catedral insoportable. Altas esferas cintilando en un desorden de cristalinas cigarras ebrias. Hoplitas vencidos en el bronce eterno de un museo lúgubre y sangriento. Resplandecientes piedras pulidas bajo la lluvia inclemente del aguacero bíblico. Artificios de barro greda arcilla hundidos en el cántaro del mar de los vientos. Virulencias de saurios alados sobre el silencioso campanario derrumbado. Desinencias secretas susurrando escondidas tras un lexema ilegible. Destrucciones pretéritas de inhóspitos territorios segados por los fuegos meteoritos. Encendidos magmas basálticos derramados en el valle de sombra de muerte. Trabados silogismos derrotados por oscuras bandadas de azores corruptos. En las vastas desolaciones de un imperio derrotado. En los vertederos licuefaccionados de muy antiguas metrópolis. Giróscopos y clavecímbalos. Clavicordios, diapasones. Escarchas. Soledades de vastos territorios de imperios vencidos. Vertientes vertiendo líquidos vertiginosos. Clavicordios, diapasones. Hielo. Nebulosas burbujeando en una bruma de hipotética materia negra. Tectitas sembradas en las arenas de un desierto ilimitado. Yunque, tas, bigornia. El sátrapa pudriéndose en sus cenizas escondidas de los perros furiosos de la venganza y la justa justicia. La sangre de Pamina hija de la Reina de la Noche en la brasas del pebetero o ardiendo en la flama de la lámpara de fuego al centro de un círculo sagrado. Sahumador o brasero. Incensario. El Botafumeiro del templo de los ácratas. Ruborizados benteveos en las charcas del Chaco. Noctámbulos alacranes de grafito escindidos de las piedras negras, de las aguas petrificadas, de las grietas húmedas. Silencio.

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