sábado, 29 de enero de 2011

PAJAROS NEGROS

Pájaros negros en el contraluz del crepúsculo, habitando dormidos la noche de las arboledas, fantasmas oscuros de alto vuelo contra el azul también oscuro de todo cielo. En selva o lecho, lunares sobre la piel despavorida de la amante muerta y remuerta de despecho insolente, los beso, los toco con delicadeza de pétalo o de tarsos de hormiga. La oscuridad del anochecer detrás del vidrio trizado de las ramas funerarias de los árboles invernales, cruzada por los vientos congelados, por la humedad de una garúa desterrada de su hemisferio de tango y candombe. Lóbregos mensajeros ancestrales que llevan en vuelo la noche mientras surgen frías estrellas, emigran negros pájaros. Agobios estarcidos sobre el paño de lágrimas, lúbricos acercamientos al misterio de los perros ladrando a la luna mohína, mientras el cuarzo molido de las dunas lejanas sofoca las narices del sueño. Una voz que roe las nostalgias con su estilete plateado, que traba el molinete de las horas y congrega los ayeres con timidez de virgen, con la dulzura de ese canto perdido que las manos de niño no alcanzaron a retener. Ya huelo a muerto y andan como al acecho pájaros negros, y una hoguera se va quedando dormida de cenizas en sus brasas inquietas a mitad de cerro junto a la pirca donde florecen los gladiolos. Bandada de pequeñas gárgolas hieráticas, siniestras siluetas de un código de sombras intraducible, mimetizadas entre el ramaje invernal, deshojado, brumoso, esencialmente triste, con la soledad atrapada en esa red de gigantesca araña invisible. Fuegos enternecidos ocultos en la ciudad nocturna cómplice de venusterios y prostíbulos, antros, callejuelas oscuras, luces rojas deambulando en los ojos enrojecidos de los vagos y los perdedores. La estatua poderosa del Señor de señores, labriego y monje, benefactor de los años donde la infancia era una suma de veranos a pies desnudos cazando mariposas y navegando desde la orilla del tranque los veleros de azules maderos paternos y albo velamen materno. Cuervos, mirlos, yecos, tordos, sombras que vuelan esparciendo tinieblas y malos augurios, sobre los campos sembrados y las marismas, en los bosques y los acantilados, en las quietas lagunas, las rías y las albuferas, en los frutales de los jardines y en los jacarandaes de las plazas. Fulgores del amianto que viste a los señores del miedo, un tren cruza la noche sajándola con su ulular de naufrago desesperanzado, de lobo sin hembra contra el terciopelo del cielo negro deshabitado. Y el romero espera la madrugada para perfumar el jardín y ser el leño retorcido que soporta la memoria de los rostros y las voces enterradas sobre la que juegan sus vuelos los negros pájaros del adiós.


Citas, por orden de aparición:

La Canción Desesperada. Pablo Neruda.

Pájaros negros. Víctor Manuel y Antonio García de Diego.

Los negros pájaros del adiós. Óscar Liera.


Fotografía: Hilda Breer, diciembre, 2010.

1 comentario:

  1. La noche se convierte en más noche al leer tu relato. Un manto oscuro de metáforas abigarradas se cierne sobre un cielo de crespón negro y luna blanca, sobre una tierra de lobos y cenizas dormidas, sobre un mar de azabache custodiado por escarpados acantilados.
    Y los pájaros negros surgen de las tinieblas como camaleones de la oscuridad, se esconden en la noche para despistar a sus propias sombras que ahuyentan con gargantas de gritos.

    Impresionante prosa poética, de un surrealismo de alta calidad, capaz de crear en la retina las imágenes más plásticas, sonoras e incluso olfativas (el romero esperando a la madrugada para perfumar el jardín), que hacia tiempo mi mirada no se había encontrado.
    Mi completa admiración, Fernán.

    Saludos de alas negras.

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