La virgen custodia su rosal, la muñeca busca un vestido, la doncella se esconde para espiar, la flor canta suavecito, la sombra se ríe con timidez, la voz espera que el rocío humedezca los recuerdos, la vida hurga displicente los rincones olvidados y los besos guardados entre desgastadas hojas de viejas misivas cansadas, van volando hacia ti. Me llega la voz, tu voz, embebida de rosales, muñecas, vestidos y doncellas, la voz como canto o arrullo o quejido, y cuajada en el rocío se hace eco en los rincones e inicia así su vuelo de besos hasta el bosque de los altos eucaliptos. La muñeca, confiada, se recuesta entre los altos eucaliptos para dejarse arrullar por los tintineos de seda que se desprenden de las perfumadas hojas y se duerme. La otra voz responde. Se trizan los antiguos muros medievales con sus siglos empotrados en los territorios de los bárbaros y las vías de los aurigas del Imperio, se derrumban las columnas góticas y los vitrales se quiebran en una algarabía de brillantes fragmentos de vidrios de colores y una telaraña de delicadas varillas de plomo. La virgen, la muñeca y la doncella permanecen incólumes, inmortales, intocadas por el viento de tormenta y el aguacero contumaz, la flor, la sombra y la voz vagan buscando el agua de anís, el polvo evanescente del tiempo sobre los objetos amados y las cosas perecederas, la luz escindida del vitriolo de los soles de los años vividos. Hay vuelos de gaviotas entumecidas, rincones donde el rocío se aconcha asustado de la bruma, un perfume medicinal de eucaliptos observados por unos ojos escondidos en las arenas de un desierto, inmaculados. Una voz retumba y se hace eco esparcido por las catedrales, los teatros de opera, los escenarios iluminados de colores y fanfarrias. La vida hurga ciertas detenciones para aspirar la brisa encantada y fresca tamizada por los bosques camino a Colonia Tovar. Rosales, vestidos nunca de novia, cartas de remitentes fantasmas, el cúmulo de recuerdos que la memoria soporta antes de decidirse a borrar las circunstancias, los lugares, los rostros, y volver a guardar solo las sensaciones; ese sabor ácido y distinto de una fruta cuyo nombre se olvidó o se confunde con la guanábana o el merey, aquel aroma a tierra húmeda, recién llovida, ese paisaje angustiante de un crepúsculo en los llanos, el rumor trepidante de una cascada por la Gran Sabana, el roce de esa piel aquella única noche de embrujo. La virgen y su rosal, la muñeca y su vestido, la doncella escondida, la flor, la sombra y la voz esperando el rocío para, mariposa cansada, venir volando hacia mí. Vale.
Texto: Hilda Breer – F.S.R.Banda
Fotografia: Archivo personal de Hilda Breer.
"....el roce de esa piel aquella única noche de embrujo...." Que bello que escribe usted! Me asombra que tantos entren a leer y no escriban un comentario....será que les pasa como a mi? Ante sus letras no me atrevo a responderle ni mucho menos a dar una opinión.Hilda Breer
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