sábado, 9 de julio de 2011

HEMEROCALLIS CON FONDO GRIS

Sobre el fondo gris, desenfocado, de piedras lavadas o desproporcionados paramecios, unos dedos verdes se estiran desde la tierra mustia pedregosa al cielo azul intenso, vacío, como los dedos de un camaleón agónico, con sus blancas ventosas y sus falanges torcidas. Hemerocalis sobre fondo gris. Tomando el sol. Toda una secuencia de flores en sus distintos estados vitales, desde la muerta flor vencida, doblegada por el tiempo, ese enemigo formidable, hasta los fálicos botones florales que se besan casi escondidos y avergonzados de su roce orgiástico, y en el intermedio la crujiente belleza de los anaranjados rojizos y los amarillos vivos, desafiantes, erguidos, turgentes, con la soberbia de los ingenuos convencidos de ese puro orgullo momentáneo. Hermosas flores. Preciosas flores. Una belleza de flores. Dijeron las musas sofocadas por el reflejo de sus propias bellezas. Los lirios del día, herbáceos, perennes y rizomatosos, extraviados para siempre de su nativo Cipango, con sus anaranjados y rojos sangrientos de sangre cuajada, y la intima explosión cosmológica en el centro mismo del breve universo vegetal donde nacen sus estambres amanerados y su engreído pistilo, en una misteriosa inversión del comportamiento sexual. Ya el verano se llevó el verde brillante de las largas hojas linear lanceoladas y agudas. Solo quedan los largos escapos bracteados soportando en el ápice las grandes y vistosas flores actinomorfas y hermafroditas, dispuestas en inflorescencias paucifloras ramificadas. Quizás su altivez de reina floral está en el esplendor de las variedades de la Hemerocallis fulva; la Kwanso y la Flore Pleno con sus flores dobles, en las que los estambres se transforman en tépalos o la Rosea que posee flores de color rojo rosado, o la Littorea, que muestra un hábito de crecimiento perennifolio. O aquellas de tépalos recurvados con márgenes sinuosos y la nervadura media de los tépalos de color más claro y un largo tubo perigonial, y ni que decir de aquellas variedades que muestran hasta cien flores por escapo. Y ahí están sus hábitos de vagabunda que la hace vivir y resplandecer en antiguos jardines, a lo largo de los caminos, o en los jardines del Palacio Topkapi, en Istambul, naciendo, creciendo y muriendo en cualquier suelo bien drenado y a pleno sol, tolerando suelos pobres, veranos demasiado cálidos y la falta de la vivificante humedad. Pero esos son jactancias ajenas, ella solo se abre inocente de su hermosura, de su gallardía heráldica de lirio clandestino, de su virginidad de nardo encendido o de la algarabía de azucena colorinche. Allí, sobre fondo gris, en el gallego jardín de Quino. Vale.

Fotografia: Quino

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