sábado, 24 de marzo de 2012

CONSECUENCIAS

Parce que change-je le visage du Vizconde?. La Comtesse de Chapelet.

Cambió el rostro, el seño, la mueca, cambió la mascara de ese día a mitad de la tarde, dejó la sonrisa pendiente, la risa cerrada y la mirada confundida, halcón rapaz, buitre, furtivo cazador o bestia negra, predador cansado miró la lejanía de tormentas allá donde sabía que sus engañifas de payaso ya no se sostenían con la misma verosimilitud de sus disimulos de humilde perro callejero. Cambió lo que pudo para seguir bebiendo de ese cáliz dulce/amargo (nunca sabía como iba a ser el próximo sorbo), para esperarla en el silencio de su telaraña, buscarla detrás de sus mascaras, para humillado mostrarse ante ella en un desesperado 'soy como soy' para predar en su cercanía como un niño asustado, asombrado de imágenes y perfumes, de palabras afiladas, de sobrios desencantos. Pequeño poeta de plagiantes verbos, hombre de mal trato, oscuro macho acongojado, todo lo era y no lo era a la vez, pero no le importaba porque seguían habitando el mismo sueño. Búsqueda o cesantía, deambulaciones, todo poseía esa soberbia majestuosidad de los albatros, evasivos en su siempre lejos, inaccesibles, ausentes, solo sombras huidizas sobre un oleaje de mar adentro. Cambió de nombre, de imago, de idioma, dejó que los días escurrieran por sus causes erosionando el tiempo de arcillas y caolines, la dejó desvanecerse en sus opios venenosos. Persiste en las rosas el otoño en sus intensos rojos enunciados como misteriosos relojes de sol que tañen las otras horas en su refinada incandescencia. Mezcló los colores de sus acuarelas con los tintes de un río que no iba a conocer ni en sus camalotes verdeando en la corriente zaina ni en sus islas de enfrente. Conoció las coloraciones de los escarmientos, la otredad que se oculta en el tornasolado del despecho o los celos, en el abandono y en la intermitencia de las lluvias sobre el tejado y las esmeraldas esparcidas de los musgos del final de los inviernos. Supo de simbologías y semióticas, de códigos, de los corolarios de la pérdida y de las imposibilidades del tálamo con sus vértigos y sus anarquías. Pero al final del día miró de soslayo los signos que las orugas estaban perpetrando en las hojas agonizantes de la renovada trama otoñal y tradujo en ellos esa única certeza; la vida simplemente sucede. Contempló entonces con muy digna resignación las últimas cicatrices y con melancólico cinismo se acicaló la piel para la próxima derrota. Vale.

1 comentario:

  1. "Contempló entonces con muy digna resignación las últimas cicatrices y con melancólico cinismo se acicaló la piel para la próxima derrota"
    Siempre esa increible fuerza en tu letras.Es frase final describe un pequeño oasis perdido en un gigatesco desierto.

    ResponderEliminar