viernes, 23 de marzo de 2012

IMAGO LEZAMA LIMA

“Góngora culmina posiblemente en todas las lenguas románicas el vencimiento de la prueba heliotrópica. Su índice de luminosidad fija el centro por donde penetra el rayo metafórico y su tiempo de permanencia dentro del haz luminoso. Gracias a ese tiempo lucífugo cobra el único sentido, el endurecimiento del logos poético, por el cual no ofrece el rejuego de las mutaciones interpretativas, sino el único sentido que no se alcanza.”. Sierpe de don Luis de Góngora. José Lezama Lima, 1957.

“Encontrarás mis cartas muy vagorosas, apenas hago referencias a lo inmediato. Tu inteligencia te dará los obvios motivos. Además es preferible trascender, irse por encima de las murallas, vivir en dimensión de futuridad”. Carta de José Lezama Lima a su hermana Eloísa, 1961.

Lo vi como un Quixote espeluznante, loco de atar, bandolero y Señor de Todos los Molinos. Cabalgante de yelmo y lanza, ilusorio, sobreadjetivador, pervertido. Y asmático por añadidura. Yo, que venía de lo oceánico telúrico, de lo real y mágico, de lo surrealista exiliado y de la erudición paradójica, encontré abiertos los portones del suyo paradiso, las seiscientas ocho paginas del viaje, su imaginario exuberante, su literatura. Estaba el mar de los caribes, de los prietos habaneros caminando siempre felices al son imaginario del son o la rumba de la que no te escapas, las risas de las morenas abarcaban la tarde, y los bujarrónes pestañeadores que aun esperan a Reinaldo y su divino verbo iluminado enterrado por el viejote tontón de feria y pelos en la cara. Lo vi caminando por el malecón, caribeño, señor obeso y muy seriote, culto como él solo. Abrumador. Me senté a escucharlo desde lejos como a un Mahoma o a un Buddha, intocable, con sagrada devoción o religiosa reverencia, sabiendo que era José María Andrés Fernando, cubano. Y descubrí mundos ajenos, universos paralelos, quintas y sextas dimensiones, las cuatro posibilidades de la proliferación, a saber; la sintáctica, la narracional, la verbal y la semántica o imagética, confirmé que la poesía (la absoluta) no requiere de versos ni rimas ni amantes tristes ni nada que se toque o duela, ni de florituras o líricas rebuscadas, pues basta con ser y pensar en poético, basta con asumir que "la imagen es la realidad del mundo invisible", aprendí que hay que saturar el discurso de claves, enigmas, alusiones, parábolas y alegorías que aludan a una realidad secreta, íntima y, al mismo tiempo, ambigua. Ahí, en la Cuba que ungió al Che y torturó a aquel Reinaldo autocruxificado, la Cuba equivocada que lo señaló de morboso, hermético, indescifrable y hasta pornográfico, y por añadidura como a todos los que allí piensan, de contrarrevolucionario, otra Jerusalén que mata a los profetas y apedrea a los que le son enviados, pobre isla encallada para siempre en los vetustos vestigios de los gringos prostibulantes y coimeros, desgastada por la zafra nacional y el ron aciago del Buena Vista Social Club. Y voy ahora naufragando de desesperaciones retóricas en el tejido, la trama, la urdimbre de visiones e insomnios de sus párrafos ilegibles, inentendibles pero inmortales en la persistencia de una poesía que agota las aguas del verbo. Será Cemí u Oppiano, serán sus fantasmas o sus mitologías, será el Narciso muerto, será que lo que tanto buscaba allá estaba acá en la isla dolorosa que perdió su nombre entre el cubao del taíno o la contracción de coa y bana del arhuacano, en la misma tierra madre del “señor barroco”.

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