sábado, 12 de mayo de 2012

DEMENCIA SENIL


Todos los nocturnos se me van muriendo de frío, los otoños se extienden sin encontrar sus inviernos como sí el estío allá detrás se hubiera volado y la primavera subsiguiente fuera una llana incertidumbre. Se van, se vuelan, se diluyen los tiempos aciagos con sus pesadillas recurrentes y sus dolores instaurados, y también el canto de ola de esa noche de noctilucas, las luces lejos, la luna inmensa y amarrilla allá hacia el horizonte marino dejando el rastro de sus babas iluminadas sobre un mar quieto y desgarrado. Yo que vi el esplendor de la Rosa Celestial, que tuve en mi mano el cetro, la corona y la espada de amo y señor de mis territorios, rey instaurado y pequeño dios sobre mi entero Universo, vil y vicioso, debo ahora regirme por las azarosas pleamares de los inundados plenilunios. Yo busqué en ceparios y teterías los tóxicos licores que hacían los días distintos, los sumos y brebajes que no daban la inmortalidad pero sí convertían la vida en continuos oleajes de goces imprescindibles. Y encontré en esos rústicos encierros de vergüenzas las calles empedradas que daban al todo infierno con sus algarabías y cánticos de engaños, y en la última cloaca del espanto poseí la serena beatitud de la saciedad y el cansancio. Pero se van yendo los treinta y dos matices del amarillo otoñal, entre rojos, marrones y ocres, y caen las hojas y se vienen los nublados con sus vientos y sus pájaros entumidos. Se van, se vuelan, se esparcen las mañanas cargadas de las intensidades de la noche, huyen los perfumes con sus vahos perturbadores, los ojos en los espejos, la piel que fue silencio y las manos desveladas. Nadie más que yo, pescador y barquero, navegué costeando con el rumbo perdido sabiendo usar la brújula y el astrolabio, orzando en aguas bajas buscando encallar para saberme náufrago en los entornos de un determinado paraíso. Desafié con desdén la causalidad voluntaria y la casualidad indescifrable, las epifanías en las que los profetas, chamanes, brujos u oráculos interpretan ciertas visiones de un más allá inexistente, me rebelé ante las revelaciones insostenibles de la fe y la falacia circense de una justicia final. Por el entramado de los bosques, en las orillas vegetales de los ríos, a través de los caliches desamparados, se van resquebrajando los nocturnos encantados, se me van, se me vuelan, se me deshacen en arenas insómnicas las imágenes de un extraño sitio eriazo donde crecían grandes matas de zapallo con sus grandes hojas verdes y sus grandes flores amarillas, y eso era en mi infancia. Vale.


Imagen: “Perfecciones del otoño”, fotografía del autor.


1 comentario:

  1. Es el tiempo que habla, pesado , seguro.Esos nocturnos encantados siempre vuelven. Forman esa senilidad que no molesta pues esta rebosante de figuras del pasado.Esta escrito con un arraigo que solo se encuentra en las raices mas profundas de nuestro ser pensante y no miente.El alma infantil jamas miente. Hermosa senilidad.

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