martes, 3 de julio de 2012

PAISAJES


Viajo otra vez a buscar ahora los tesoros verdes y amarillos de los cobres del inicio del norte de los desiertos, las pampas calicheras y las garumas en los cielos, sé que irrumpirán por ahí tus ojos en las quebradas y los riscos, intentaré atraparlos para iluminar la solitaria noche de los mineros fantasmas que recorren los abruptos senderos de los pirquenes buscando el venero perdido en los mapas y en los mitos. Por esos cerros y sus matices terrosos del púrpura andaban tus ojos en los míos en busca de las vetas de oro invisible y de las verdes crisocolas escondidas en los ancestrales territorios de los coyas. Fue una travesía desde el calmo mar de los alcatraces faraónicos hasta las cumbres desoladas de la ventolera y la puna. El camino tortuoso, el abismo, la alta soledad que cruza el vacío de un apacible silencio geológico. Una soledad, los sedimentos plegados en un carnaval de deformaciones, foliaciones y ondulaciones tectónicas. Cicatrices de orogenias, de cataclismos continentales, de aquellos inexistentes geosinclinales. Un pequeño oasis, una dura arboleda en medio de la nada, aferrándose a las aguas invisibles de una tortuosa quebrada. Y allí arriba un breve epitermal inconcluso. Nada más y para abajo. Después un viaje de edad dorada. El río, la desembocadura, el amplio humedal sin pájaros castigado con una salmuera bíblica. Las salinas, las aguas muertas con sus vahos rojizos y los dedos pequeñitos de las halófilas intentado alcanzar el azul cielo imposible, y los zancudos negros zumbando sobre las aguas muertas de sal y arcillas decantadas. Los medanos amarillos en la  costa y las dunas atravesadas en el desierto con sus tenues anaranjados, ambas con sus partículas de hierro esperando la magia de los imanes. Las antiguas areniscas con sus cornisas y sus laminaciones en ocres y amarillos de un otoño horizontal. El puerto viejo con sus innumerables casitas de colores de acuarela inhabitadas al borde del mar sembrado, con sus laberintos soleados de calles de juguete. La honda mina que quiso tragarse hasta la muerte a los treinta y tres y no pudo aun con sus cuarzos y sus calcopiritas. Fin del itinerario. Y tus ojos vieron lo que vi y el viento te despeinó el cabello mientras tus manos en mis manos tocaban en la piedra el sílice filoso de las miradas inquietantes y descifraban los geoglifos imposibles en un granito erosionado más allá de sus pequeñísimas micas doradas. Así fue mi viaje en ti.

Imagen: Alturas de Copiapó. Fotografía del autor, junio 2012.

2 comentarios:

  1. Viaje de soledad y nostalgias y recuerdos extraviados. Buen texto.

    ResponderEliminar
  2. La foto me es muy conocida...bella, muy bella.

    ResponderEliminar