viernes, 30 de noviembre de 2012

DULCES NOSTALGIAS DE JARDIN


A mi madre.

Había un alba de nardos y un embeleso de crisantemos donde ahora se vuela alto un magnolio avisando las auroras, y allá bajo el limonero perfumaban los pensamientos y jugaban las pequeñas mariposas en la estrellitas que se mecían a lo largo del sendero. Sobre y bajo la tierra amasada por la inolvidable jardinera iban y venían los caracoles dejando sus regueros lunares resplandeciendo desde los pálidos amaneres hasta el intenso atardecer que se iba tardeando para atajar la luna, postergar la noche y dejarse querer en sus rojos desatados y su frescura vegetal. En el rincón noroeste dormía la rosa trepadora con sus oscuros rojos escondidos como no habrá de verse nunca más en otras rosas venideras. Abajo las calas también demoraban el nocturno siempre sedientas y verdes. El poniente era con olor a cedrón en el después de la madreselva y el aroma cítrico del geranio extraño que llamábamos malva. Hubo un conejo vestido de negro terciopelo por los escondrijos de rosales y gladiolos. Los pájaros se enternecían de puro gusto allá arriba en las ramas de los duraznos y del ciruelo. Al sureste las dalias eran un verdor exuberante coronado por sus flores moradas, rojas, y anaranjadas como vistosas auras solares. Las frutillas con sus besos rastreros siempre estaban embancadas en arenas y evitando los senderos de las hormigas. Bandas de clorofílicas mantis acechaban orando entre hojas serosas de las rosas, las arañas furtivas habitaban las oquedades del muro de ladrillo, las abejas en cambio zumbaban con alegre desparpajo en sus inquietas libaciones. Allí el tiempo jugaba a detenerse o a hacerse tan lento que las azucenas no sabían cuando florecer y los alelíes se extraviaban en las estaciones porque les llovía en mitad del estío o el sol sonriendo los sorprendía escondidos del invierno. El otoño en cambio era de punta a cabo de la jardinera en sus quehaceres de guarda o de cosecha para dejar quietamente durmiendo a la tierra cansada. Toda su geografía cabía en un solo recuerdo perfumado en el crepúsculo y coloreado con las dulces acuarelas de la zinnias en los brillantes mediodías. Con los años la memoria lo fue haciendo pequeñito, infiltrándolo en todas las nostalgias donde hubiera flores o insectos o fragancias, y el olor a tierra húmeda invadió para siempre todos los atardeceres de todas las primaveras, donde estuviera, aun sin jardín, o ahora, con mi madre ya en el cielo. Vale. 

La Cisterna, hoy, aquí.

2 comentarios:

  1. Sereno,tranquilo pero profundo y sincero casi como una plegaria,recordando a ese ser tan querido.

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  2. Siempre el recuerdo de la madre nos deja melancólicos queriendo reencontrarnos con esa niñez que sabemos nunca volverá. La madre es la esencia del amor.

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