«Yo creo que la teología es una rama de la literatura
fantástica.»
J.L.Borges
Nada, solo una
planicie hasta donde llega la vista derrotada por los metálicos soles de los
estíos, pulida por las ventoleras inclementes de los primeros días de los
otoños ensimismados aun la vendimia y los rastrojos. En algún lugar entre
cualquier aquí y sus horizontes se sabe que existe un acantilado a cuyos pies
nacen las begonias verdiazules y donde los pájaros extraviados encuentran sus
rumbos según donde apunten las hojas de iridiscente azul oscuro. Lo demás son
pedruscos negros del tamaño de un puño desperdigados según los números de la
sucesión de Fibonacci y que poseen forma de alacranes o de gekos persiguiéndose
uno tras otro en la espiral prefijada como los bichos cachivache (Pedalternorotandomovens centroculatus
articulosus) en la Casa de las Escaleras de Maurits Cornelius Escher.
Algunos son meteoritos modelados por el polvo de las estrellas y fraguados en
el áspero vacío absoluto, otros fragmentos de basalto esculpidos por las arenas
y el tiempo. El alba oscurecida por las tormentas de arcillas rojas detenta un
lento e inmenso disco solar enrojecido que alarga las chatas sombras difusas de
los cantos azabaches semienterrados en el limo rojo amarillento de la llanura
desierta y adormecida. En el cielo de un azul tosco y paulatino siempre hay
siniestras gaviotas en vuelos circulares esperando con santísima paciencia las
corrientes ascendentes de los atardeceres para iniciar sus espirales de fuga.
Sin la cercanía de un mar que las justifique ni sombras en el llano que las
materialicen, han de ser fantasmas de antiguas garumas que anidaron en estos territorios
antes de su degradación final. Una bruma húmeda va entrando hacia las tardes
con esa desolación de los náufragos en las islas o la soledad del exilio en las
urbes iluminadas, avanza derramándose como un tul algo azulado que va cubriendo
un cadáver aun tibio. El silencio, sólido y coherente durante el día, comienza
a crujir apenas la noche procede el inicio de su instauración, rechina como un
viejo velero amarrado en un carcomido muelle desvencijado. El aire adquiere la
consistencia insoportable de lo que se sabe perdido, de ese abandono en que se
quedan las casas de adobes cuando sus muros agrietados ya no soportan las
lluvias. Las noches son frescas y estrelladas, con una luna que abunda en
iluminados plenilunios. Solo en medio de ese ilimitado yermo calcinado es
posible entender que Dios está hecho de materia oscura, que Él es la materia
oscura, pero nadie nunca hasta ahora ha visitado ese inconcebible lugar. Eso.
Perfectisima descripcion de un estado de ánimo escrita de forma magistral. Gracias
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