miércoles, 10 de julio de 2013

ENFASIS Y DELIRIOS


“Una oscura pradera me convida”
José Lezama Lima

Me ciego a los trinos superados hablando sobre el perfume que toco en el aliento vaho de los rosales escondidos, supero la penumbra incautada por las oquedades de las piedras evadidas. Sumo y sigo, sobre inciensos de ilustres funerales contenido me ciego a los cantares de elusivas sirenas o vetustas harpías, frescura de helechos, de rincones que guardan las humedades estancadas de las siempre últimas lluvias, drenajes en sus vertientes hacía abajo en despeñadero hasta el vado me ciego. Acogido por las hiedras encantadas a sus muros solemnes derruidos discrepo, ciego, aterido como un cíclope centauro perseguido. Me vasto en derroches y traiciones, en mármoles bronces guijarros, me vasto de indolencias fragmentado por ahí por donde la palabra cuaja enternecida o se avinagra de soberbia en breves desengaños fermentada, me ciego de cierto aroma en esa piel, me distribuyo aciago en los corceles del vino, aparezco deshojado antes del pequeño otoño en desamparo, destilo el aguardiente del áspero rocío que se queda dormido por las parras. Se vacían los aljibes las ánforas los jarros de sus aguas y barros y cangrejos, de oxidan los hierros florecidos en sus herrumbres de puentes cruzando ríos congelados, afloran los verdores de los cobres enterrados, me ciego en una voz que huye por los acantilados del destierro, del moroso exilio sobre todo vestigio grieta que se rompe en vaguedades ilusorias. Se van quebrando los vidrios de un silencio atardecido en sus ojos consternados. Las incesantes mareas de un océano de espumas demarcan con sus solemnes naufragios los dominios lunares donde el nocturno se abre como magnolia encarcelada. Ceremoniosas gaviotas funerarias postulan en sus altos vuelos circulares la ambigua oscuridad del eclipse, un vértigo acaece ensombrecido en los tejados y los mástiles, se desgrana dejando el bosquejo de un templo una pirámide una esfinge, indescifrables, me ciego en esos códigos perversos buscando los signos en las fisuras del muro, en el lenguaje de los cardos, en los guijarros y el heno que sobreviven en el adobe. Un rastrojo de manzanar con su hierba crecida y sus mariposas escondidas posee la única certidumbre de que no es un sueño. Iluminado por un plenilunio sangriento un sarcófago en el alba destella entre los humeantes mentideros del infierno, es agualuz azulmarina que estalla en antigua noche negra blanco florecido ciruelo, estremecido por las vehementes transparencias de aquel lejano sosiego me ciego a las turbiedades de esos resplandecientes esplendores me ciego. Vale.


Imagen: “Ventanales porteños”. Camila Ramírez G., Buenos Aires, mayo 2013.

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