viernes, 5 de julio de 2013

HASTIO



Que sombríos días cuando la acción solo de justifica por si misma, la realidad va perdiendo hora en hora su consistencia concreta, sólida, predecible, y se convierte en una masa moldeable, en la que van quedando marcados nuestros propios dedos, las uñas, las huellas dactilares. Las cosas, los objetos que habitan nuestro entorno asumen una perspectiva distinta, como si provinieran de otra dimensión y acá solo fueran meras aristas o bordes de su volumen real, áridos vestigios de su textura verdadera que nada nos dicen sino que aun y apenas existen, y nos da lo mismo si es una lámpara o una taza, una rosa o un pájaro, todo persiste sin utilidad propia, sin una justificación de su ser en el siniestro observador ya hastiado de una trivialidad mortal. Es como una maldición bíblica que acude en esas extensas mañanas caminadas sin rumbo por el desierto, se despliega por las grises arenas de las tardes, y anochece en un crepúsculo tardío, sin arreboles ni siluetas cercanas. Lo que nos importaba ahora es rutina, sin sabor a besos, sin sonido del viento en los altos eucaliptos, sin aroma a pinos o a mar, sin ojos de mujer, y aunque no retiremos del mundo para volvernos eremitas o lobos esteparios la vida se nos viene una y otra vez encima como una marea incontenible, cíclica, y nos arrastra aunque no lo queramos a los roqueríos de sus puercas miserias y entrabados tumultos. El hoy de desgancha de la certeza sin frutos, sin semillas. Intentamos borrar el pasado eliminando las palabras escritas, los vestigios de otros rostros, las siluetas que ya perdieron su nitidez y que por estos soles se confunden intercambiados de sitios, años u otoños, que recorren un mismo atardecer en distintas calles de distintas ciudades pero a la misma hora, que no se distinguen por lluvias o atardeceres si no por meros detalles de seguro equivocados, pero lo acontecido siempre se queda titilando en ese rincón de penumbras del sin olvido. El futuro es un túnel con una sola salida, cada vez más cerca. Todos los duelos van en tu nombre, madre, en tus manos en la tierra haciendo florecer las dalias, las azucenas y los nardos, en el ciruelo que ensombraba los veranos y en el patio donde encendíamos el brasero en esos inviernos, más lluviosos los de entonces, donde el día se iba apagando en la calidez de los hijos y el padre siempre leyendo. Y es que a veces vago por los días retorcido como una fiera enjaulada, lamiendo las heridas en el desasosiego que siempre viene antes de las lluvias. Hoy lloverá acá sobre las desolaciones y los mustios recuerdos, y me adentraré otra vez en las nostalgias, en lo vivido y perdido, en los años de las penas ligeras, mientras sigue lloviendo en el jardín de estas otras rosas, que no son las tuyas, madre. Vale.

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