sábado, 14 de septiembre de 2013

CADENCIAS DE MAR Y BOSQUE


Se venía un aire de bosque de pinos o de mar cercano de roqueríos con algas meciéndose lentas en los oleajes cansado de navegaciones y vientos de albatros. Del alto se veía el mismo mar entre los mismos pinos como un horizonte que rompía los dos azules y las nubes de lejanas tormentas jugando con veleros pintados de rojos o verdes o de azules distintos. Abajo las arenas entre amarillas y grises se repartían en espumas blancas y se traslapaban con el vidrio transparente del agua mar que la marea traía vertiginosa con celo de caricia. Las gaviotas arreciaban allá por el lejano sobre un cardumen invisible. Ciertos caracoles vagaban con su lentitud demente en las rocas verdosas y humedecidas por la salmuera marina. La tarde se venía calurosa y azul, algo dorada por los reflejos desde el canto oceánico, por el borde de las arenas, por el vuelo de las gaviotas ensimismadas, por los grandes barcos que cruzaban cargados de banano y minerales, por el vaho tibio que subía y por el relente de la noche en presagio. No había más cielo por donde se mirara ni menos mar que los albatros rayaran cegados por la reverberación y el fulgor. El atardecer relumbraba acaecido sin encontrar la puerta que daba al crepúsculo y se iba tornando más púrpura desde el anaranjado que viajaba en las nubes sobre los veleros y las gaviotas. Todo fingía una quietud de marisma, de ciénaga, de acantilado dormido, de albufera cercada por cangrejos. Las brújulas perdían sus nortes y las bandadas de alcatraces y cormoranes rozaban las olas extraviadas en sus rumbos a las guaneras. Un galeón de maderas carcomidas encallado para siempre en la playa de los cascajos parecía que navegaba cortando las espumas a favor del viento. La espuma se hacía mar y el mar gaviota, y el viento se volvía pinos en sus susurros y el pinar era una regata de verdes velámenes saliendo del embarcadero. Y los granitos erosionados, lisos como lomos de ballenas varadas, observan con sus catalejos de cuarzo y micas los navíos de los piratas que cercan los escondrijos del náufrago en su destierro. Un vuelo de pelícanos traza una línea de lentas y pesadas ondulaciones sobre el azul cercano de cielo y mar serenos. La casa del poeta que hablaba del mar, los mascarones y las campanas vigila en lo alto más alto esperando sus pasos y su voz nasal y monótona para que reinicie como si nada su poética marina quebrada por la muerte.

2 comentarios:

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  2. Que bello relato tan tranquilo a pesar de su colorido....para leerlo y dormir soñando con con campanas silenciosas.Maestro!

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