domingo, 12 de enero de 2014

DESCONCIERTO PARA TRES Y TUMBADERAS


Suite 162 “Trocadero”

Le enseñó a rezar a las calas arrebujadas por el lado de las sombras húmedas y los códigos del esperanto al ciruelo cuando con su velamen henchido de sus breves blancos fosforescente cruzaba el azul oscuro de la nocturnidad oceánica del patio allá lejos en la casa de las dalias y los nardos. Dejaba la primavera arrumbada en los descargos del estío para dedicarse con euforias de vagabundo a la verticalidad insoportable de los pinos con telón de mar tormentoso y coronas de albas espumas en los oleajes, acudía más por rutina que por curiosidad de espeleólogo a los ceremoniales de los cangrejos estrellados en las arenas entre las algas y los nácares de las caracolas vencidas. Derogaba el verano que desciende sobre la noche acotada y calurosa porque sus preferencias iban por las mañanas donde giran los girasoles de la Pili diseminando por los rosales sus amarillos estruendosos y su polen habitual, habitados de abejas zumbonas y de las alegrías de la brisa que destila el acacio soberano. Solía agradarse en los recovecos tranquilos de la contemplación de la fuente en su tumulto de gardenias, de antiguos aldabones, de brillantes cristalerías, relucientes porcelanas y borrosos gobelinos, en las burbujas de la pleamar por el malecón y el muro mientras un agua seminal convoca fragancias con el sicoceo del canto desencanto en sus amapolas y surgencias. En su ambigüedad de tropero incauto y botero fluvial se establecía en cualquier esquina del arrabal nostalgiando los rastrojos del manzanar, el callejón ripiado con sus canales y las drupas arracimadas del rojo al negro de sus zarzamoras. Sabía que la garúa en su imperio invernal se escondía bajo las piedras, en las raíces de las correhuelas y en el azul-violáceo de las achicorias y hacía esperar sus soledades de fauno perseguido por los entresijos de un libro o dejando la mirada fija en lontananza más allá de los horizontes constelados. Pero lo aquejaba desde niño una melancolía pausada que le iba arrebatando de la memoria los recuerdos más hermosos y le dejaba los rostros sin ojos, las palabras trabadas en una algarabía de susurros y voces irreconocibles, los atardeceres engañados por los soles equivocados, y el amor confundido con sus propias trampas de bucanero y las sublimes engañifas de circo de fieras. No obstante, en esa fantasmagoría de olvidos enrevesados aun poseía dos breves eternidades; el amigo asombrado por el pez de plata en el pasto y la imagen para siempre de la Maga bajo la luna. Vale.


Imagen: Fotografía del autor, hoy.

No hay comentarios:

Publicar un comentario