lunes, 15 de junio de 2009

FANFARRIA TAURINA

A Don Francisco Antonio Ruiz Caballero, con respeto.

Chirrea el solazo sobre los tendidos del coso de la Real Maestranza de Sevilla, la arena quieta fermenta en la espera de la sangre fresca de bestias y maestros. Las setenta farolas de hierro soportan impasibles la bullanguería irrespetuosa de la afición mientras en allá abajo los diestros rezan a la Macarena para que no sea su sangre la que adorne con rojos geranios el hambriento arenal. El cartel es vanidoso en nombres y glorias sus tres espadas; el valenciano Juan Serrano Pineda “Finito de Córdova”, y los sevillanos Francisco de Caballero, “Francisquete”, y Antonio Ruiz, “El Jodido” se repartirán en suertes toros de Jandilla y del Excmo. Sr. Conde de la Maza con lleno de "no hay billetes".

De los chiqueros sale asustado un toro verde, el primero de la tarde, con dos puntas descomunales, dibujando con su sombra delicados lirios mortales, es violento, salvaje y fiero, pero verde. Coqueto en su brillo de esmeralda sobre trigales. Y Finito no tuvo toro en su primero que abrió plaza, animal que viajaba ya al paso en el capote, que no admitió nada más que dos picotazos en el caballo y que se fue a la arena con nada que se le obligó algo en banderillas, nada de nada. El torero no pasó de las probaturas, aunque no había para más. Incluso antes de cuadrarlo para entrarle a matar claudicó el jandilla, sin casta ni fuerza. Y de la quieta mata verde como loro, salieron los crespones de sangre roja, mustia miasma sobre la valiente arena.

De toriles sale mugiendo su furia el segundo tauro inclemente. Es rojo el toro, en púrpura teñido, fiero, iracundo, con sus dos amigos tremebundos llenos de antojos. Sus negros ojos contrastaban con su rojo púrpura inmundo, un ascua la plaza y un ascua el mundo, y era de zarza roja, rojo manojo. El torero brillaba de azul rabioso como un ángel precioso, y la apuntó en su primero, animal que no remataba el viaje, al que le faltaba un tranco, de recorrido escaso, pero al que acertó a dejarle la muleta puesta para tirar de él con suavidad. No pasó de correcto el hombre, al que le faltó también cruzarse más, pero la pulcritud con la derecha en series cortas y la gracia en lo accesorio fue bastante para recoger una ovación. Y acertó con la espada muerte segura. Y al traspasar la carne la dura espada surgió sangre violenta, sangre morada, más púrpura que la esencia de su pintura. Y florecieron rojos claveles como violentos volcanes crueles.

El que no tuvo toro alguno fue El Jodido. Se le vino de adentro un toro azul celeste, rabioso salió al ruedo con sus dos cuernos malvados, víboras iracundas, fieras, agrestes, fino marfil sobre ese tonito celeste. Mas que terráqueo el toro era un alíen extraterrestre. Lueguito comenzó a pararse en banderillas y acabó tumbado al llegar a la muleta, tanto que hubo que apuntillarlo antes de su hora, sin que tan siquiera cogiera la espada el burlado matador de turno. Y brota entonces la sangre como la tinta, y púrpura sobre azules, en el ruedo se posa una mariposa morada.

El cuarto, segundo de Finito, fue un raro toro amarillo limón, musculoso canario, que si al inicio causo risas mostró en la faena un tanto de raza y casta yendo con cierta nobleza al engaño. Al menos se movió. No llevaba dentro nada del otro mundo, pero pasaba queriendo apuntar algo bueno. Esta circunstancia y que Finito estuvo delante sin terminar de convencerse terminaron por poner al público de parte del animal. No era para tanto, pero el torero puso lo suyo para que el tendido se decantase por el toro. Despegado al manejar la izquierda, por el derecho estuvo entre desordenado y un punto acelerado, en definitiva, sin centrarse, sin terminar de meterse para ayudarle a desarrollar. Así que desde arriba se vio más toro que torero, que no convenció a nadie. De bueno lo salvaron los pañuelos, o de tan bonito que era, porque los tendidos de sol y a más los de sombra no quisieron carmines manantiales para el toro limonero. Y sin cruel delito se guardaron los filos del acero.

Y vino el aquelarre cuando el torilero abre el portón del quinto de la tarde y sale pintado con pintauñas un fiero toro rosa, cancerbero lascivo de los infiernos que nunca vieron rosa ni torearon. En el saludo, hubo pinceladas con el capote marca de la casa, dos verónicas de sabor francisquista y en el quite, una media con mucha tela arrastrada y de exquisita interpretación. Ya con la muleta, con el toro embistiendo tambaleante aunque con voluntad de seguir el engaño, a pesar también de dar signos de mansedumbre, el torero se cruzó, lo obligó y le aguantó sus parones mostrándose, por momentos, arrogante. Y entre tanto, el animal cada vez más rajado, haciendo juego con el rosa malvado, aprovechó el hombre los viajes con cierto gusto, aunque contando siempre más la actitud que las artes prístinas del toreo. Pero su plaza lo celebró mucho, y como era rosado no daba miedo, el torero se le fue arrimando, y mas aplaude el ruedo, y confiado el héroe de pronto tiene una de las espinas de la rosa clavada en pecho, y un perfume a muerte fucsia de golpe viene de las luces del traje trágico del torpe matador. Bebió entonces la arena esa sangre dulce con la venia de la Macarena.

Y en la ultima de la tarde salió sobre al albero fiero y dorado el sexto toro, en su dura testa dos traicioneros mambas enloquecidos también de oro pintados. Parecía colega fiero del león y del tigre ilimitado, pero fue distraído y soso nada más salir al ruedo, además se rajó pronto. Curioso que lo brindara El Jodido y que planteara faena en los medios. El animal, manso, no quería nada, pero mucho menos allí, así es que buscó las tablas con la prisa prostibularia del cobarde. Era la plaza un ascua de cristal puro, todo brillaba limpio, hasta lo obscuro en que la sombra al toro desmerecía. Y al clavarle la espada púrpura horrible brotó sobre el dorado inmarcesible como una flor granate, caliente y fría. En la arena, dorado sobre dorado, un malum granatum encontró la primavera.

Raya para la suma; siempre es un tópico decir que algún torero le ha tocado el peor lote. Pero que hoy ha sido cierto y descarado. Corrida, mal presentada por desigual, con algunos ejemplares feos de hechuras y tipo, pero todos, eso sí, harto colorinches. Así que en este contexto, la muerte de Francisquete por el quinto fue argumento suficiente para el aplauso final poco alargado, un homenaje de poco peso para el que también contó el calor de sus paisanos. El resto, vacío. La corrida de ayer en Sevilla no dejó poso alguno. Y no lo hizo fundamentalmente por los toros. El encierro de Jandilla y del Conde de la Maza, sencillamente, no funcionó. Toros en el límite, y menos, de la casta y de las fuerzas, y así, unas veces parados y otras cayéndose, incluso rozando el escándalo, y mejor no hablar la charrería brutal de los colores.

Nota.- En toriles se quedó pezuñeando un sobrero de plata. Con la luna en su pelo y brillo de acero. Relucía plateada la res viciosa esperando en vano conocer en la espada la honrosa muerte, para que al darle la estocada la blanca plata se empurpurará lasciva en sus hondas escarlatas.

Fuentes bibliograficas.

i.- Obras de Francisco Antonio Ruiz Caballero:

Tauromaquia para un Toro Verde.

Tauromaquia para un Toro Rojo.

Tauromaquia para un Toro Azul.

Tauromaquia para un Toro Amarillo Limón.

Tauromaquia para un Toro Rosa.

Tauromaquia para un Becerro de Oro.

Tauromaquia para un Toro de Plata.

ii.- http://www.diariocordoba.com/noticias/noticia.asp?pkid=478899

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