lunes, 15 de junio de 2009

INSULA BRIOFITICA

Un disco solar, distinto, un tanto oblongo, girando sobre su eje menor se desplaza en el tibio cielo café amarillento, cercano al dorado del oro antiguo, que cada cierto intervalo destella aquí, allá y acullá en relámpagos de intenso violeta. Es un sol frío, azulino, y más pequeño que nuestra Luna. El mar quieto como un espejo de azogue carcomido por minúsculos hongos mercuriales lo reflejan con la extraña perfección de una litografía. La isla asoma iridiscente, esmeralda convexa de infinitas caras, por sobre la superficie muerta. Está cubierta por una espesa jungla de musgos inmensos que a la distancia semejan altos sequoias o gordos baobabs, palmas como lechugas elefantiásicas y abusivas algas telarañicas. Extrañamente todas las plantas, sin importar tamaño o morfología tienen exactamente la misma tonalidad verde esmeralda cercana al Chartreuse. La topografía es monótona, de una convexidad simétrica respecto a un eje central, mismo donde crece el musgo de mayor altura, el Arcangelis nonatus, irrisoria variedad acromegálica del Ceratodon purpureus. Ha enraizado a la salida de una vertiente termal de aguas carbonatadas, lechosas y burbujeantes. Esas aguas malsanas son el único abrevadero de toda la isla. Allí deben ir a saciar su sed los leones y dragones, únicos habitantes de la ínsula Sharión. Como era de esperarse, los dragones son herbívoros, musguívoros sensu strictissimo, y los leones carnívoros, dragonívoros stricto sensu. Estos felinos ominosos son una rama bastarda del león de Abisinia, de cuerpo más robusto y pelaje mas intenso en el típico matiz del ocre abisinio. Los dragones, Drakus sharioniis, es sabido son descendientes terrestres del celacanto de Sulawesi. Sucede que los grandes dragones cuando satisfacen su sed en la borboteante vertiente, sus escamas van tomando una tonalidad ambarina, translucida, que a los dos o tres días ya está convertida en una transparencia perlada tirando a iridiscente. Entonces a través de su escamaje se observaban sus vísceras, su osatura, sus músculos y las finas ramificaciones de su sistema linfático, como un amasijo sanguinolento de amarilla sangre en una alargada botella de vidrio incoloro. Turbador espectáculo es ver estos geles vivos y pifiantes bajo los destellos violeta de los periódicos relámpagos de ese intenso violeta que iluminan la isla. No sucede lo mismo con los leones que se van poniendo de un patético color blancuzco, hasta llegar a verse indigentes, canosos, como sucios albinos. En Sharión no hay silenciosos y poéticos crepúsculos, pues antes ocultarse el sol azulino por el horizonte marino, por ese oriente perfectamente horizontal, sin la curvatura esperada, ya asoman entre las alegres tonalidades amarillo verdoso las bandadas de pájaros blanquinegros. Aparecen vertiginosos desde el punto de fuga por donde ese sol madruga. Su ensordecedora algarabía de incansables y muy desagradables craqueos y chillidos, ya sean machos o hembras, suele durar hasta más allá de la medianoche. Son los carroñeros, que limpian con minuciosidad de relojero la isla día a día, mondando los restos cartilaginosos de los dragones atrapados y los canos cadáveres hinchados de los leones que se van muriendo de viejos. No es raro que sus últimos ecos alcancen la mortecina luminiscencia azulina del alba.

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