lunes, 15 de junio de 2009

ORGIASTICA PARAMECICA

Todo sucede en la tenebrosa opacidad del extremo mas profundo de un charco de quieto fondo arcilloso, hay algas de largos cabellos que como lamas clorofílicas filtran la luz solar dando un ámbito surrealista a la mínima cuenca. Es un breve mar de los sargazos de aguas de transparencia bohemia enjoyada por acuciosos y diversos matices del verde. Son los primeros días de una tibia primavera y la poza es un vestigio perdido de la ultima lluvia. En sus bordes flotan pequeños restos vegetales digeridos, provenientes de bostas frescas de los bravos miuras que pastan en las cercanías. Siluetas transparentes de contornos ciliados, vivas elipsoides alargadas y un tanto asimétricas se deslizan en caóticas trayectorias, ángeles casi invisibles, móviles transparencias inmersas en la quieta transparencia del agua mansa. Gradualmente comienzan a reunirse bajo el influjo de un misterioso atractor extraño, primero es un cúmulo de diez o quince, después un granulo vivo de decenas de puntos traslúcidos, luego un cardumen de centenas y centenas, quizás miles, como una esfera de limites difusos, variables, que laten sinuosos siguiendo una geometría atrabiliaria. De súbito un estremecimiento contrae la esfera y la vuelve a expandir en un destello fugaz de instintos desatados, y movida por esas contracciones la esfera rueda silenciosa en el espacio acuoso hasta enredarse en las lamas verdeantes. Ahí, en ese rincón del charco musgoso se inicia entonces una bacanal ilimitada, miles de paramecios se entregan a sus instintos reproductores, no hay placer en sus arrebatos licenciosos, solo la lucha primitiva por dejar sus huellas genéticas en las generaciones venideras. Minúsculas masas vivas de unas pocas centésimas de milímetro enloquecidas en un paroxismo de variaciones kamasutricas. En medio de la algarabía multitudinaria solitarios onanistas se autoprovocan las mitosis micronucleares para luego bipartirse en clones de si mismos. Más allá impúdicas parejas nadando apaciblemente mientras se conjugan intercambiando materiales de sus micronúcleos a la vista de todos, se han convertido en groseras masas pegajosas para adherirse uno a otro por sus superficies orales y abotonándose en un erótico beso protoplasmático. Otros en sutil autogamia fusionan sus propios micronúcleos, bisexuales hermafroditas asexuados en un rito parecido a la conjugación pero que ocurre dentro de un solo individuo. Por ultimo, escasos paramecios, los mas anormales, ínclitos masturbadores degenerados se entregan con depravada urgencia a la hemexis, en la que solo el macronúcleo se divide, o a la viciosa citogamia, esa inútil conjugación sodomitica sin intercambio mutuo de pronúcleos. La bola fluctuante como un mondo radiolario sin espinas se mantiene a medias aguas, atrapada por las delicadas algas, entre los verdes fulgores de sus látigos clorofílicos. Pequeñísimos animálculos se desprenden del globo orgiástico, son paramecios hijos, aun vírgenes, que abandonan el cardumen para escapar de las violaciones, estupros y desfloraciones que les promete la excitada miríada de padres, tíos, parientes y desconocidos que ya no respetan edades ni filiaciones. La orgía no mengua su ritmo, por lo que la horda de paramecios ebrios de reproducción no se dan cuenta que la pequeña ciénaga es ya una mancha miserable, una membrana lisa sobre el fondo arcilloso donde el redondo granulo paramécico esta a pronto de asomarse al aire reseco y mortal. Y es que arriba, fuera del charco, el impenitente sol del mediodía rápidamente ha ido evaporando esa poca agua, la poza es ahora casi una impalpable laminilla de humedad soportada apenas por las fuerzas intermoleculares de la interfase agua-aire. La desenfreno lascivo se detiene bruscamente, sienten que han cruzado el umbral que desemboca en la muerte, los miles de paramecios saciados y exhaustos comienzan urgidos del delirio de sobrevivencia a rodearse de una capa protectora contra la horrorosa desecación, no todos lo logran y cristalizan en infinitesimales vidrios inertes, mientras los victoriosos se convierten en quistes, breves momias granulares que le mantendrán así en un estado de letargo durante el tiempo necesario para que vuelvan las alegres charcas, esos talamos de muchedumbres donde abundará otra vez el sexo incontinente, pero como siempre sin una pizca de libidinoso placer. Vale.

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