martes, 4 de marzo de 2014

INCERTIDUMBRE DE CABALLERO


Al último Maestro sevillano, con humilde respeto

“Si no me engaño, usted no me malquería, Lugones, y le hubiera gustado que le gustara algún trabajo mío.” A Leopoldo Lugones. Jorge Luis Borges, El Hacedor (1960).

Yo dividí los nombres aduciendo causas y nociones, la tarde se dormía en sus iridios, en un crepúsculo somero, en un tornasolado sin retorno, en un girasol detenido, acudían los pájaros en sus vuelos de otoño, de altos cristales enternecidos. El arrebol iba escribiendo los nombres acerados, deshojaba los libros secretos y blandía furioso su alfanje lunar, habitaba los rastrojos, se escondía en las santerías y los mentideros, asolaba los verbos y los adverbios como un arcángel vengador que solo sucumbía a los estragos del nocturno y al álgebra inverosímil de los sobreadjetivados adjetivos. Translúcidas libélulas danzaban sobre el espejo de las aguas reflejadas, sobre rosados nenúfares florecidos y rojos peces dormidos, una brisa jugueteaba en los sauces columpiando las cigarras que cantaban los arpegios en fanfarria de su oculto carnaval. Y es una melodía tan fresca, tan bonita, y tan transparente que es como si aquí no hubiese sucedido nunca nada (i). Y vino el silencio de la voz incontenida, la desaparición de sus asombros y sus imaginarios, de su iridiscente verbalia gongorina, mudo y sumido en la voracidad del pez de catacumbas. Lo que no lograron los mediocres inquisidores, los menos y los faltos, los miserables que medran en las grietas de pacatas censuras, lo pudo el azar de un pavoroso torrente desviado. Ardua su medianoche fue cristalizando los miedos en los azulejos transgresores, la mitad del tiempo se diluyó siguiendo las huellas de las salamandras en la pared de la celda cegada, un perfume de orquídeas negras lo llamaba desde sus adentros misteriosos. En la catedral del insomnio oraban por su alma desaforada un nazi, un alíen y un pianista, vestidos de galas medievales como para velar las armas del insigne caballero, esperaban el amanecer en un mar sin horizonte donde pululaban las salvajes gaviotas. Volverá, se dijo en las cárcavas y los cañaverales, y se corrió la voz entre los proxenetas y los asiduos a la bohemia de tugurios de mala muerte, a los escondrijos de penumbras viciosas, a las calles donde todo sucede. Y si no vuelve quedarán sus voces enquistadas en los barrocos derramados de los que convergieron en la sooolitaria [sic] huella del adelantado con non sancta envidia y con la sacrílega admiración desarmada de los meros aprendices. La cimitarra sajaba las vidrieras sobre el canto frío del destierro y dividía los nombres en sus cuarzos, repitiendo para la pequeña posteridad sevillana el eco codificado de sus primeras palabras: Ahora obviamente hay que crear un universo de plantas extrañas con flores enigmáticas tanto o más exóticas de lo que es ya de por sí naturaleza. Y finalmente poner un gran tesoro de infinitos y rabiosos rubíes (ii). Vale.

(i) La Jaula Espacial. Francisco Antonio Ruiz Caballero. Enero 13, 2014.
(ii) Pequeño Relato de Fantasía. Antonio Ruiz Caballero. Enero 4, 2006.

1 comentario:

  1. Entiendo su admiración por el maestro, pero paciencia, seguro volverá a dejarnos de nuevo sus escritos. Un gusto leerle.

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