domingo, 6 de julio de 2014

VAGUEDADES DEL DESTERRADO


Dejó el aire suspendido como una corola de flor ausente, los pájaros escaparon de sus jaulas e invadieron los museos y las bibliotecas, anidaron en los ojos de las estatuas y de las gárgolas, un vaho multicolor derramó sus aromas de mar y pinos por las oquedades de las últimas esfinges. Descreía que la noche es ciega y encastillada o que los arreboles del atardecer son un soborno de las tardes para que el nocturno no deshiciera las sombras de los magnolios y los ginkos contra los muros antes que florecieran las dalias y los nardos. En cambio, su ingenuidad de poeta inédito acostumbrado a los detalles mínimos y a los asombros cotidianos le hacía creer que los pájaros desaparecen en los plenilunios o que las piedras son las almas de los picaflores que encontraron al fin el descanso. Sabía separar el orujo del concho, la letra como signo del canto del viento en los follajes, supuso siempre que las gaviotas eran las almas de las medusas que no encontraron el fondo de las arenas abismales. Buscaba los esqueletos de los celacantos en las playas pedregosas y las conchas vacías de los caracoles en los jardines del estío, coleccionaba clavos viejos y pedazos de alambres por los matices del ocre de sus herrumbres. Dedicaba días enteros a dibujar las alas de los insectos intentando conocer sus nombres de pila o los rancios apellidos de sus estirpes, leía los presagios y las premoniciones escritas en las huellas de las orugas en las hojas de los suspiros. Poseyó el mapa de los túneles de las drusas de cuarzos dormidos en sus geodas, de los topacios y los cobres sulfurados, y lo perdió a propósito para invalidar cualquier intento de retorno a las periferias subterráneas de su historia. Era coloquial y austero, sagaz en las trampas del olvido y frugal cuando se trataba de inicios intempestivos, los finales prefería enterrarlos sin ceremonia después que las aves migratorias abandonaran las cenagosas marismas del desencanto. Conocía las magias tutelares de los bosques, el entramado que el azar construía con los musgos y los charcos, la manera de aniquilar la persistencia elemental de ciertos rostros y la sabiduría para entender los prodigios del caos. Marcaba las horas con lanas de colores para no extraviarse en la desidia de lo inútil o lo intrascendente, y entraba en las rutinas del destiempo altivo y parco como un guerrero derrotado.


1 comentario:

  1. Hermoso homenaje a su amigo y maestro. Entiendo que pasó algo malo con él, si es así lo siento mucho ya que es un escritor fascinante, con una excelente imaginación. Gracias a ud por tan bellas letras.

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