Dejó el aire suspendido como una corola de
flor ausente, los pájaros escaparon de sus jaulas e invadieron los museos y las
bibliotecas, anidaron en los ojos de las estatuas y de las gárgolas, un vaho
multicolor derramó sus aromas de mar y pinos por las oquedades de las últimas
esfinges. Descreía que la noche es ciega y encastillada o que los arreboles del
atardecer son un soborno de las tardes para que el nocturno no deshiciera las
sombras de los magnolios y los ginkos contra los muros antes que florecieran
las dalias y los nardos. En cambio, su ingenuidad de poeta inédito acostumbrado
a los detalles mínimos y a los asombros cotidianos le hacía creer que los
pájaros desaparecen en los plenilunios o que las piedras son las almas de los
picaflores que encontraron al fin el descanso. Sabía separar el orujo del
concho, la letra como signo del canto del viento en los follajes, supuso
siempre que las gaviotas eran las almas de las medusas que no encontraron el
fondo de las arenas abismales. Buscaba los esqueletos de los celacantos en las
playas pedregosas y las conchas vacías de los caracoles en los jardines del
estío, coleccionaba clavos viejos y pedazos de alambres por los matices del
ocre de sus herrumbres. Dedicaba días enteros a dibujar las alas de los
insectos intentando conocer sus nombres de pila o los rancios apellidos de sus
estirpes, leía los presagios y las premoniciones escritas en las huellas de las
orugas en las hojas de los suspiros. Poseyó el mapa de los túneles de las
drusas de cuarzos dormidos en sus geodas, de los topacios y los cobres
sulfurados, y lo perdió a propósito para invalidar cualquier intento de retorno
a las periferias subterráneas de su historia. Era coloquial y austero, sagaz en
las trampas del olvido y frugal cuando se trataba de inicios intempestivos, los
finales prefería enterrarlos sin ceremonia después que las aves migratorias
abandonaran las cenagosas marismas del desencanto. Conocía las magias tutelares
de los bosques, el entramado que el azar construía con los musgos y los
charcos, la manera de aniquilar la persistencia elemental de ciertos rostros y
la sabiduría para entender los prodigios del caos. Marcaba las horas con lanas
de colores para no extraviarse en la desidia de lo inútil o lo intrascendente,
y entraba en las rutinas del destiempo altivo y parco como un guerrero
derrotado.
domingo, 6 de julio de 2014
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Hermoso homenaje a su amigo y maestro. Entiendo que pasó algo malo con él, si es así lo siento mucho ya que es un escritor fascinante, con una excelente imaginación. Gracias a ud por tan bellas letras.
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