miércoles, 15 de junio de 2011

EL LOBO EXTRAÑADO

Abundaba en memorias de ciertos sitios, de ciertas lunas. Chapoteaba en esos barriales oscuros de los recuerdos disgregados. A veces se quedaba empantanado en una sonrisa o un gesto, nunca mas allá. Tiraba del hilo de unos ojos perseverantes y se enredaba en sus pestañas, atrapado e intenso. Permanecía horas y horas pecando en el pasado, sin encontrar la salida a ese laberinto de sueños irrealizables y partir hacia donde no estuviera, desolado, ausente, todo lo triste que podía ser. Hasta que vino la revelación y con ella la virgen intocada, con la que pudo al fin hacer el verbo extrañar. Conjugar a su manera la distancia y también la cercanía, ambas irreductibles: yo te extraño, tú me extrañas, ella me extraña, él me extraña, nos extrañamos, vosotros no os extrañáis como nosotros, ellos siempre se extrañan. Y desde esa noche vela su sueño, duerme a los pies de su lecho como un lobo domesticado o la vigila sin sosiego desde el bosque cercano con sus aullidos protestando por la distancia. Aúlla como un lobo ermitaño, y solo ella escucha su aullido solitario en la noche de lluvia, y solo ella sabe que estará siempre ahí, acechándole; lobo-macho aullando sus deseos. Aúlla a la lejana luna ciega e indiferente para que su piel se erice pensando en la inminente violación zoofilica. La vela, la espía, la cuida, fantasma inútil desde el jardín de las nieblas, aullando a la luna lunera junto con los gatos que la aguaitan con su misteriosa y ancestral certidumbre. Y desde ese día se sumieron en la vaguedad del sinsentido los hechizos costeros con sus mares nocturnos de noctilucas y el sonido constante de los guijarros arrastrados por las olas intermitentes, y se inmovilizó la luna que iluminaba las blancas espumas de los oleajes irrecuperables. Esa fue su historia, así se resume, polvo al polvo bajo un árbol siempre en otoño, con su ramaje fractal reproduciendo sus bifurcaciones vitales, las malas y las buenas decisiones, los amores que lo destemplaron y las penas que quebraron su ruta tantas veces que olvidó el recto camino y derramó los días por el juego de la noche. Sombras, penumbras, oscuridades, la bruma abarcando los horizontes desviados, la humedad que se condensa en los musgos y en las ramas deshojadas para que se lloren los amores pasados y perdidos, pero también para que al primer sol entumecido brillen los diminutos diamantes de la tiara de la diosa intocable. Vale.


Fotografía: “El Jardín de las Nieblas” de Hilda Breer, Freitag, 7 de enero de 2011.

1 comentario:

  1. Es para leer..leer.....y volver a leer.....cuantos sentimientos ocultos se asoman tímidos pero firmes....

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